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Full text of "Daniel Campodonico 25 Años Al Cuento"

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25 años al cuento 



Cuentista: DCF 







Dedicado: 

A los viejos Cuentistas, que me enseñaron a caminar entre gigantes. 


“Un Cuentista, es un profesional de la mentira y el engaño, experto 
manipulador de fantasías y maestro, de la mágica ficción; un Cuentista, 
es un ilusionista de la palabra”. 



Mis yoes 


Lo estoy esperando agazapado tras este muro, porque sé que va a pasar 
por acá. Lo sé porque lo estuve siguiendo y allí viene: Viste como yo, 
camina como yo, habla como yo; pero no soy yo. Aunque nadie nos 
distinga, ése no soy yo y apenas pasa junto al muro me pongo de pie y 
lo encaro. Él no puede creer lo que ve, intenta decir algo pero no le doy 
tiempo, de inmediato clavo la afilada hoja en su cuello y corro asustado, 
ya que por un momento, creí sentir esa puñalada en mi propio cuello y 
mientras corro, lo espeso de la sangre baja por mi garganta; toso; y solo 
para cerciorarme toqué mi yugular: estoy sano. Tiro el cuchillo en un 
basurero y sigo a pie hasta llegar a casa. 

Al lí entré en silencio, no quería molestarla. Fui hasta su cuarto y la vi, 
sentada en su silla mirando nada; de espaldas a mí. 


—¡Papi papi... volviste! —(Si yo no hablé... ¿cómo supo que era 
yo?, habrá sido por mi olor... el sonido de mis pasos; ¿tanto así 
me conoce?), y corre a abrazarme: 



¿Me trajiste los dulces que me prometiste? 


—No... discúlpame, en el apuro se me olvidó —le dije mientras 
pensaba:(Ese desgraciado le prometió dulces, ¿qué más le habrá 
prometido?). Espero que no haya sido como el otro, aquel otro, el 
primero que he matado de una larga lista. Aquel la lastimaba, era 
el peor de todos y por eso, lo arrastré con rabia hasta el bote y lo 
arrojé allá... en medio de aquel lago profundo; con mucho peso y 
aún vivo, para que sufra. 


Sí, el primero fue por venganza y el resto, sólo por perfeccionamiento. 

Recuerdo el sabor del agua salada entrando por mis narices, recuerdo 
la desesperación y todo a mi alrededor... se puso negro; casi muero en 
el bote aquel día, pero yo sobreviví, y el no. Al llegar a casa, mojado 
aún, la encontré como era habitual: escuchando la radio y al correr 
hacia mí, pobrecita, pechó un mueble que aquel mal hombre había 
dejado en el camino, yo corrí hacia ella y la tomé en brazos, la alcé, la 
puse contra mi pecho y viendo lo blanco de sus ojos le dije: 



Otra vez me olvidé de traerte los dulces, pero ya voy a 


buscarlos, vuelvo en seguida 


Y salgo tan rápido de casa, tan apurado voy, que no me doy cuenta de 
que alguien me está siguiendo; pero sí noto el plomo entrando por mis 
espaldas, y al escuchar el segundo disparo, caigo de rodillas y logro 
girar, para ver a mi asesino corriendo, dando grandes aneadas casi sin 
mover los brazos... tal y como lo hago yo. (Tal vez sea mejor así), pensé, 
(tal vez él recuerde llevarle dulces, a mí pobre niña ciega). 



Buceo literario 


Estábamos todos en silencio, yo, miraba la copa de grapamiel... y me 
recordaba el frío que hacía afuera; vos, tenías la vista perdida en mis 
ojos, dulces de licor; y sentados en una mesa tres niños pequeños 
devoraban muzarellas, haciendo uso de sus manos, enchastrándose el 
pantalón, limpiándose la boca con sus mangas y chupándose los dedos, 
mientras sus padres discutían afuera. 

En ese momento, entró ella al bar. 

Traía consigo una cartuchera de lata, con muchos lápices de colores y 
varios papelitos sueltos; pasó con toda su adolescencia junto a 
nosotros. Yo levanté la vista, vos te prendiste un cigarro; me llamó la 
atención esa flor roja que le prendía en el pelo a la altura de la sien y la 
seguí con la mirada. Vi cuando se sentó en una mesa, aislada, abrió su 
latita, y comenzaron a surgir palabras. Yo apuré el trago, vos fumabas, 
y los niños seguían a sus anchas cuando le hice la seña al mozo pa' que 
me traiga otra grapa: 


—¿Por qué camina usted así? —le preguntaste al mozo 



—Para no pisarlas —respondió encogiéndose de hombros y recién 
ahí notamos, que había palabras regadas por todo el suelo, hasta 


la altura del tobillo. 

Observé a los padres, que seguían discutiendo afuera, mientras los 
niños chapoteaban en un mar de letras. Tú apagaste el cigarro, yo me 
agaché para tocar el agua, y allí viste por encima de mi hombro como 
emanaban las palabras, se escurrían por la mesa de la muchacha y ya 
las teníamos por la cintura cuando me terminé la grapa. Los padres, 
entraron con las palabras por el pecho, las iban apartando con sus 
manos y braceando al avanzar llegaron donde los niños; pasó una 
muzarella flotando; jugaban una guerrilla de agua locos de la vida. Pero 
a vos te molestó, porque ya no podías fumar. Claro, es que a esa altura 
los dos flotábamos, si yo, para terminarme la grapa, tuve que bucear. El 
trago se me había quedado abajo y logré sacarlo a flote mientras que el 
mozo, arrodillado sobre la más alta estantería, de cara contra el techo 
se niega a traerme la cuenta, insiste en que no las quiere pisar... y ella 
cierra su latita, todos caemos, dejamos de flotar, la poetisa se retira, se 


despalabró el bar. 



Política deportiva 

Recupera la pelota en su campo y sale a toda velocidad, elude a uno a 
dos y sigue cruza la mitad de la cancha le sale un marcador ¡opa que 
cañito!, se aproxima al área le sale el golero y ¡Gooool! Corre el niño 
festejando, con los brazos abiertos, la frente en alto y los ojos cerrados; 
y por un momento olvida que está solo, conmigo y un monumento, en 
esta plaza de Kiev como único espectador. De reojo miré al juez de línea 
que tiene la bandera baja, tomo aire y ¡priiiiiip!, sueno mi silbato 
señalando el medio campo, validando el gol. Mientras corre el jugador 
festejando, con los brazos abiertos la frente en alto y los ojos cerrados, 
yo saco mi libreta y apunto: Dinamo de Kiev 1, Selección Alemana 0. Y 
doy la orden de reanudar el partido. —¡Te lo juro Dimitri, yo grité aquel 
gol como nadie en ese estadio! Imagínate, era la Segunda Guerra 
Mundial y los nazis, habían tomado esta ciudad: quince días después 
organizaron el clásico partido: Selección Alemana contra el campeón 
local, mi cuadrito. ¡Y los alemanes tenían que ganar!, aquello de la raza 
superior y qué sé yo, además ni te digo de qué calabozo sacaron a 
varios de los jugadores. Con ese uno a cero les metimos el dedo en culo, 
y no veas que malos se pusieron hubo que aguantar la andanada: 
pelotas en el palo, el defensa en la línea, el golero al córner; pero al 
final, terminó el primer tiempo y mi dinamo ganaba uno a cero. (¿Cómo 
se lo digo a mis colegas?), pensé mientras abría la puerta del vestuario 
de jueces, con las palabras bien frescas de aquel capitán al frente de la 




ocupación: “¡Colabore con el régimen... o los fusilamos a todos!”; no 
comenté nada con los líneas, no pude, y así doy inicio al segundo 
tiempo, sospechando que a los jugadores del Dinamo, los habrían 
amenazado igual que a mí. —Podes creer Dimitri, que el desgraciado del 
juez, ni bien comenzó el segundo tiempo, inventa un penal que no 
existió; pasó hace treinta años o más, pero yo lo recuerdo clarito, todo el 
estadio abucheaba y el alemán... la clavó contra el palo; fue el uno a 
uno por regalo del juez. Comienza a nevar; pero el niño no parece 
notarlo y sigue jugando, solo, con su pelota en la plaza. La toma con 
ambas manos y la apoya en el suelo, cinco pasos de carrera y remata 
una suerte de tiro libre. Como el arco está en su imaginación no sé si lo 
metió o lo erró, pero lo cierto es que a pesar del frío, cortante, se saca la 
camiseta y la revolea festejando un gol. (¡Maldición!, me traiciona la 
costumbre y pito una falta al borde del área en favor del Dinamo; igual 
si lo mete se lo hago patear de vuelta), pensé mientras observo al 
jugador colocar con ambas manos la pelota en el suelo, tomar 5 pasos 
de carrera y rematar el tiro libre. La cuelga de un ángulo. ¡Priiiiiiip!, hice 
sonar mi silbato. Todo el Dinamo me reclama, el estadio me insulta. —Y 
el vendido del juez nos anuló ese golazo; si no lo mataban los Nazis, lo 
íbamos a matar nosotros y para colmo de males, comenzó a nevar; ¡pero 
mirá Dimitri!, aquel jugador volvió a tomar la pelota con ambas manos y 
la colocó de nuevo, en el mismo lugar. La barrera se ubicó a la misma 
distancia, tomó sus cinco pasos de carrera y volvió a rematar el exacto y 
mismo tiro libre. Ese jugador, podía meterlo veinte veces más de ser 




necesario, y el juez no tuvo más remedio que cobrarlo. ¡Priiiiiip!, soné 
mi silbato validando, ahora sí, el tanto y a pesar del frío, cortante, el 
jugador se quita la camiseta y la revolea festejando el gol. En un intento 
por calmar a los alemanes le muestro la tarjeta roja por festejo 
indebido. Saco mi libreta y anoto: Dínamo de Kiev 2 / Selección 
alemana 1; expulsado el n Q 7 del Dinamo. —Y el juez nos dejó con uno 
menos, pero no importó; ese partido se jugó a muerte y mi cuadrito 
ganó dos a uno, y ni bien terminó, los nazis pararon a los jugadores del 
Dínamo en el centro de la cancha; y con todo el estadio mirando, menos 
yo que me tape los ojos, los fusilaron con las camisetas puestas. No 
aguanto más el frío y no me explico cómo este niño, puede seguir 
jugando, solo; frente a un monumento de once tipos, y una placa debajo 


que no sé qué dice en ruso. 




Ciego 


Lo veo, y tiene una lapicera en la mano; escribe. 

Cuando lo miro de nuevo, tiene el control de la tele en la mano; ahora 
se parece a mí. 

Miro mi mano y tengo un cuchillo. 

En mi identidad, lo hubiera dejado en la cocina, pero como poseedor de 
ese cuchillo; siento un deseo incontenible de cortarle las manos y así 
liberarlo al fin. Me le tiro encima y él... casi no se resiste. Fácilmente le 
abro ambas muñecas; y de repente, estoy nuevamente en el principio. 

Ahora él deja de escribir y camina, abre un cajón para sacar de allí un 
cuchillo, un momento, parece un peine... lo miro bien: y es un pincel; 
no: es una lapicera. 


Mi mirada, se dirige ahora al espejo de la habitación que tan sólo 
refleja, a un único rostro: con su pelo corto, la frente ancha, los ojos 


grandes y la boca abierta; una camisa blanca de manga larga con su 



puño ensangrentado, y un cuchillo en la mano. Comienzo a sentirme 
débil. 


El hombre infinito 


—¡Es increíble la ventaja que le lleva a los demás competidores...! 
y se aproxima al último tramo donde acelera aún más y cruza la 
meta... La carrera de los cien metros llanos, olimpíadas 2084 a 
terminado, y como se esperaba: el corredor japonés ha impuesto 
un nuevo record bajando la marca, al increíble tiempo de dos 
segundos cuatro décimas, ¡así es, escucharon bien!, dos segundos 
cuatro décimas para correr cien metros; y me pregunto: ¿Tendrá 
sentido seguir compitiendo ahora? 

—¿Yo no sé si habrá más olimpíadas después de esta...? Roberto, 
pero que este año nos vamos a llevar varias sorpresas, no tengo 
dudas. 


—¿Cuáles sorpresas?, si los japoneses, americanos y demás, van 
a arrasar en todas las competencias, la sorpresa sería: ¿si algún 
atleta normal, del tercer mundo, lograse al menos clasificar? 



El viejo apagó el televisor apretando un botón en el control remoto; 
aquello era una reliquia que conservaba desde su juventud. Se levantó 
con dificultad del sillón, que le quedaba muy bajo para sus piernas 
largas, entumecidas, atravesó el salón arrastrándolas, y así, pasito a 
pasito y ya cansado; se paró al pie de una larga escalera a observar los 
muchos peldaños que subían hasta su dormitorio; respiró hondo, y 
subió despacio, esas escaleras, ya le costaba, poder respirar, jadeaba a 
cada, paso que daba, y se paró; (nunca había, estado tan, agitado) 
pensó y se desvaneció rodando escaleras abajo. 


Bip..., Bip..., despertó en un cuarto blanco, Bip..., Bip..., era el único 
sonido que escuchaba; con su vista todavía algo nublada, observó a su 
alrededor y creyó hallarse en el quirófano de un moderno y muy costoso 
hospital, por el cual él, nunca había pagado; sacó su mano derecha de 
entre las sábanas y la artritis, que se la había dejado deforme y casi 
inmóvil, ya no estaba; apretó su puño con tanta fuerza como cuando 
tenía veinte años... ¿quizás más?; supo entonces lo que había ocurrido 
y cerró sus ojos: —Señor..., y en su cabeza resonaba: (Sé que no te he 
hablado en mucho tiempo, pero espero que me escuches ahora...), y su 
oración se vio interrumpida por la repentina aparición de una 
enfermera, cuyos labios parecían fresas... esperando ser mordidas. 



—Padre, hay un agente de la Federación que desea hablar con 
usted; le diré que pase —y ni bien terminó de decir esto, el cura 
quedó solo en la habitación; aún desde su camilla, comenzó a 
observar a su alrededor con mayor detenimiento; no hacía falta 
ser médico para saber que los equipos que allí se encontraban 
eran de última generación, de hecho... (¡Creo que ni siquiera hay 
de estos en la Tierra! y... ¿quién habrá pagado por...) 


—Padre 


—¡Diablos! casi me matás de un susto 


—Soy un Agente de la Federación... 


—...de las Naciones Espaciales, ¡ya lo sé! 


—¿Habrá notado entonces su mejoría física? 


—Sí... ¡parece que hicieron un buen trabajo con este viejo, un 
poco más y muerdo a la enfermera! 



—Padre, ¡Por favor! Técnicamente, Ud. Ya estaba muerto cuando 
lo encontramos; un infarto y dos huesos rotos, ¿recuerda? 


—¡Las escaleras!, si... 


—Pues aquí no hay escaleras, y ni siquiera tendrá que caminar, 
aunque podrá hacerlo si lo desea. 


—Acércate un poco... ¡para poder tocarte! 


—¿Tocarme...? 


—Sí, ¿para saber si sos de verdad? —mientras pensaba: (¿La 
enfermera también lo será?) 


—Soy real Padre, todo esto es muy real -y se lo dijo, invitándolo 
con sus manos a mirar alrededor. 


—Pues allá abajo se dicen muchas cosas de esta ciudad espacial, 
porque aquí es donde estamos ahora... ¿verdad? 



En el hospital de la ciudad para ser precisos, sí 


—¿Y quién pagó por mi...? ¿la iglesia?, ¡No lo creo! 


—No se preocupe Padre, Ud. fue seleccionado 


—¿Seleccionado, para qué? 


—Verá, la terraformación de Marte está en tu etapa final; ya hay 
científicos y personal militar viviendo allí, en Marte, desde hace 
más de diez años, y pronto llevaremos a los primeros colonos, 
familias enteras que precisarán de su... guía espiritual. 


—Hijo, en este mundo hay miles de sacerdotes, y si hubieras 
hecho tu trabajo, sabrías que yo he tenido algunas discusiones... 
con la administración de la iglesia últimamente 


—Sí, sabemos que rechazó una propuesta del propio Papa, para 
ser sacerdote aquí, en la ciudad espacial, y por eso decidimos 
operarlo, pensamos que tal vez, si viera el lado bueno de todo 
esto, podría cambiar de opinión 



O sea que fue la iglesia la que pagó. 


—No, la iglesia no está nada conforme con que sea usted el nuevo 
sacerdote de Marte, perdón; dije sacerdote, quise decir Obispo 


—Ya veo que si me sigo negando, me van a ofrecer el Papado a 
punta de revolver 


—Tiene usted un gran sentido del humor, Padre. 


—Pues dígale, a quien sea que haya pagado, que lo siento mucho; 
pero que se equivocó de hombre. Les devuelvo la operación y 
déjenme en donde me encontraron 


—Padre, le recuerdo que lo encontramos muerto. 


—Si así lo quiso el Señor, ¡que así sea! 


—Le diré lo que haremos, si no quiere venir con nosotros lo 
devolveremos a la superficie, en cuanto a la operación, ya está 
paga, tómela como un obsequio 



—¿No sé por qué desconfío de estos regalos? 


—Vístase Padre, lo acompañaré al elevador que lo llevará de 
regreso a la Tierra 


Ambos caminaron en silencio por el corredor vacío, las luces del piso se 
encendían mientras avanzaban, las paredes cubiertas de tuberías, el 
techo apenas se podía ver, más delante estaba todo oscuro y detrás, 
oscuro también. Al llegar al lugar, la puerta del transporte se abrió 
automáticamente. 


—¿Esta cosa nos va a llevar a la tierra? 


—Esta belleza, sube y baja por un cable de acero, hay cinco de 
ellos que nos anclan a la superficie terrestre, funciona como los 
viejos elevadores, sólo que este lo hace un poco más rápido. Por 
cierto Padre, siempre tuve curiosidad, aquí arriba también se 
dicen muchas cosas de lo que ocurre en la tierra y... 


—¿Qué? ¿Nunca estuviste allí?!!! 



No, pero tendré oportunidad de hacerlo cuando valla a visitarlo, 


el mes próximo, para saber si ha cambiado de opinión 


El Padre ingresó silencioso, callado y taciturno al transporte. 


—¡Ahórrate el viaje! —le dijo estando dentro. 


—¡No veremos en treinta días! —se apresuró a responder el joven 
mientras se cerraban las puertas. 


Efectivamente, el elevador espacial lo trajo en menos de tres minutos, 
de vuelta a la superficie terrestre y apenas se bajó, este ascendió 
nuevamente a toda velocidad, aunque para su desgracia... (Tenía que 
ser en el medio del maldito desierto donde engancharon el cable, y 
ahora ¿cómo diablos voy a volver a casa?), maldecía el Padre mientras 
caminaba, lento al principio, acostumbrado a su ancianidad, pero no 
tardó en notar la agilidad que tenían ahora sus piernas y aceleró el 
paso; a poco comenzó a trotar, no muy rápido al principio, tocaba sus 
músculos, no estaba muy seguro de lo que estos pudieran resistir, pero 
al cabo de unos minutos ya estaba corriendo a toda velocidad y corrió y 
corrió y siguió corriendo, hasta atravesar todo el maldito desierto, luego 
de siete horas de carrera, estaba ya próximo a su casa... y entró, 
apenas cansado; fue directo a su biblioteca, un antiguo mueble de 



madera medio apolillado y repleto de libros; pero no tomó ninguno de 
los que estaban a la vista, sin lentes, ya no los necesitaba, abrió un 
cajón y sacó de allí, un grueso ejemplar que hacía mucho tiempo no 
veía; La acarició... ¡Con cariño!, la extrañaba. Después de todo, ese 
ejemplar le había acompañado durante toda su vida, lo abrió de golpe 
en una página al azar y leyó la primera frase donde cayeron sus ojos: 

"Juan, versículo 16: Y los pobres heredarán la tierra" 

¡Paf!, cerró la biblia de un golpe ya que en ese momento, alguien abría 
la puerta, sin golpear. La primera que entró una niña pequeña, de 
apenas 3 años, que aún no pronunciaba bien ciertas palabras: 

—Papaíto... papaíto... —y corrió directo hacia él para aferrarse 
abrazando fuertemente su pierna izquierda. 

Detrás, más calmada, entró la joven madre que dejó la puerta 


entreabierta. 



El nacimiento de las cataratas 


En la región donde ahora el agua cae desde lo alto de un risco, y antes, 
de que existiese allí ningún río; ya vivían un grupo de indios al pié de 
aquel risco que para entonces, estaba rodeado de una frondosa selva 
rica en frutos, plantas y animales, todo alimentado por las poderosas 
lluvias que caían con frecuencia durante todo el año. 


Por eso aquel pueblo adoraba y respetaba a Taú, el dios de la lluvia; y 
su vida era buena, tenían todo cuanto pudieran necesitar. Hasta que un 
día una mujer embarazada, dio una noticia que los conmocionó a todos, 
dijo que el embarazo era fruto de su unión con Taú. 



Esta mujer tenía un esposo desde hacía varios años, al cual le había 
dado ya dos hijos y dormía con él cada noche como es debido, pudo 
fácilmente decir que era suyo, o simplemente no decir nada; sin 
embargo, insistía en que el Dios de la lluvia la había visitado por la 
noche para poner su semilla en ella, y además, este le advirtió que 
nacería una niña, y que crecería junto a su madre y debería de ser muy 
bien cuidada por todo el pueblo, porque al hacerse mujer, él volvería 
para reclamarla. 


Este pueblo respetaba a su Dios, así que muchos le creyeron, y otros no 
tanto, pero lo cierto es que el embarazo siguió su curso y a los nueve 
meses, nació una niña, tal y como fue pronosticado, y nació además en 
medio de una lluvia torrencial, la más fuerte que los ancianos pudiesen 
recordar, así que no se les ocurrió mejor idea que llamarla: Agua que 
Cae. 


Esta niña creció arropada por sus padres y cuidada por toda la tribu, ya 
que la consideraban especial, hasta que al llegar a sus catorce años se 
hizo mujer; y tal era la costumbre del pueblo que se le consiguió de 
inmediato un esposo y fue su padre, quien eligió a un joven y fuerte 
guerrero; Agua que Cae se sintió feliz por ello y así se festejó una boda; 
probablemente, fue la última fiesta que hubo en el pueblo. 



Fue en esa misma época que comenzó una terrible sequía que azotó la 


región, en un lugar donde llovía casi a diario, pasaron varios meses sin 
llover y los frutos de la selva, ya no eran tan abundantes. Le rezaban a 
su Dios pero este, no les respondía; la sequía continuó y muy pronto: ni 
frutos, ni plantas verdes quedaban ya y hasta los animales se habían 
ido. La tribu comenzó a pasar hambre por vez primera. La debilidad 
pronto se hizo sentir y fueron los ancianos los primeros en caer 
enfermos, entre ellos, el padre de Agua que Cae. 


Ella quería mucho a su padre en la tierra y esto la entristeció; verlo 
tumbado, flaco, débil y sin fuerzas, muriendo lentamente ante sus ojos 
sin que ella pudiera hacer nada; y la sequía continuó; poco después 
también los más jóvenes y fuertes comenzaron a caer, incluido su 
esposo; a estas alturas todo el pueblo convalecía y su corazón lloró, 
pidiéndole con todas sus fuerzas a su padre en el cielo que le diera una 
respuesta, entonces, al secar sus lágrimas vio una pequeña nube, justo 
en la punta del risco, muy pequeña para dar lluvia pero lo tomo como 
una seña y subió al risco, allí, rogó a su padre nuevamente y este le 
respondió: le recordó que ya era hora de que volviera con él a ocupar su 
lugar en el cielo, y le hizo saber, que los vivos, no pueden entrar al reino 
de los espíritus, que debía lanzarse por el risco y que si lo hacía, el 
enviaría tanta, pero tanta agua que jamás, su pueblo volvería a sufrir 


estas penurias. 



La indiecita Agua que Cae, se paró al borde del precipicio y mirando 
hacia abajo, la verdad, no estaba muy convencida; pero amaba tanto a 
su padre... como amaba a su esposo, como amaba a su pueblo. 


Taú cumplió su promesa, y hasta el día de hoy el agua sigue cayendo 
desde ese risco; ahora sabes porque. 


La curiosidad 

Es todo rojo y sus dibujitos brillan en dorado y blanco y plata también, 
¡qué lindo es!, grande, muy grande una rara letra china en su techo y 
más abajo, letritas muy pequeñitas que no se leer, ¿de qué estará 
hecho, por qué hace esos ruiditos cuando lo muevo?, ¡y prende 
lucecitas! 

Arrodillado en el suelo, me tomó con sus manos curiosas y me desarmó 
por completo; yo ofrecí alguna resistencia, tenía miedo, de que sus 
dedos pequeños y sin experiencia alguna no pudieran ensamblarme de 
nuevo. Él lo intentó hasta con sus dientes, sintió mis sabores a plástico 
y metal. Finalmente lo logró, miró en mis adentros; luego perdió el 


interés, y yo jamás volví a ser el mismo. 



La dignidad 


Yo no sé cómo luce la dignidad, pero sí sé cómo se siente; por eso la 
reconozco de inmediato y apenas la veo... la siento, aquí, en el medio 
del pecho, profundo. Cuando veo a un niño con síndrome Down 
jugando con otros niños en la playa: la siento. Aveces es como una 
piedrita del tamaño de un guijarro, nada más. Y cuando veo pasar a 
una adolescente, hermosa, caminando sola con su bastón blanco por la 
calle, también la siento, y quema, como una brasa ardiendo, aquí, en el 
centro mismo del pecho la siento, y crece. El otro día, recuerdo, alcanzó 
el tamaño de una manzana, nunca la había sentido tan grande y tan 
caliente; lamento no poder decirles como luce, se viste de muchas 



formas; pero sí puedo decirles cómo se siente, y así, como yo, ustedes 
también podrán reconocerla, cada vez que la vean. 


Gilgamesh 

“La palabra nombra 
Y lo que se nombra, existe 
Lo que se nombra: es.” 

Caminaba por la calle principal... de la antigua ciudad de Tebas: rumbo 
al templo. Tapices, alfombras, pan de trigo sin leudar serían sus 
ofrendas. La túnica blanca y los ojos delineados en negro, lo protegían 
del intenso resplandor del sol en un desierto que vio nacer, a todas las 
religiones. 

A ambos lados, las casas de ladrillo de barro y techo de caña seca, sin 
cerramientos, formaban un laberinto de pasadizos sobre la arena 
ondulante y despareja, marcada por las huellas de camellos, caravanas 
de mercaderes de incienso, aceite y telas. 



Al final del camino, podía verse de lejos la mayor de todas las 
construcciones, junto al Nilo, rodeada de jardines donde los escribas, 
como él, pintaban las palabras mágicas sobre papiros; dibujando a 
dioses y demonios, conjurando sus hechizos en coloridas formas... 
inquietantes y atractivos diseños. 

Al ver al sacerdote, Ani mostró las palmas al cielo e inclinó su cabeza; 
este le habló: 

—Escriba real y esposo de Tútu... ¿qué os ha traído a la morada 
de los dioses? 

—Me preocupa mi alma inmortal 

—-Y hacéis bien en preocuparos, recuerda todos los peligros que 
esta ha de enfrentar, incluso antes de llegar al juicio de Osiris, 
donde vuestro corazón habrá de ser puesto en la balanza 

—Antes del juicio... ¿qué peligros puede haber? 

—Oh... Ani, por el camino os acecharán demonios, como el 
escarabajo gigante, capaz de devorar el cuerpo de un muerto — 
Ani quedó petrificado— y el demonio de la serpiente cornuda, que 



no ha de dudar un segundo en saltar sobre vos, para llenaros de 
ponzoña 

—Pero... y Anubis, ¿no me guiará por el camino? 

—Sí Ani, el Señor del inframundo ha de guiaros por las muchas 
puertas que deberéis cruzar, pero él no podrá defenderos, y 
detrás de cada una, os aguarda una obscuridad... cada vez mayor 
-El sacerdote, podía ver el terror creciendo en los ojos de Ani— y 
para sortearlas a todas: necesitaréis pronunciar la palabra de los 
dioses, la que hallaréis en este papiro, el papiro del eterno 
despertar 

Ani tomó el papiro de manos del sacerdote, con el cuidado de quien 
carga su más preciado y frágil tesoro: 

—¡Ahora sí, llegaré al salón del juicio! 

—Sí Ani, pero allí tu corazón ha de ser pesado, contra la pluma 
de la verdad y la justicia; si no pasáis esa prueba, jamás lograreis 
llegar al campo de cañas donde os aguarda la dicha eterna, y tu 
alma, ha de ser devorada por Amith, el quebrantahuesos 


Pero... mi corazón, no es tan puro 



—Por eso has de llevar este amuleto, tenéis que darlo en mano a 
la diosa Mahat, para que lo ponga en la balanza en lugar de tu 
corazón; el habrá de pesar lo justo 

—¿Y mi esposa Tútu, podrá pasar conmigo? 

—Ah..., para ello necesitareis de un papiro más largo, uno de 
veinticuatro... —Y el chillido de un halcón cortó la conversación. 

Ani se distrajo un momento, observándolo planear allá en lo alto, luego 
volvió su vista al frente y observó la enorme construcción que se erguía 
frente a él. A ambos lados de la puerta principal, los vendedores de 
palomas y cambistas de monedas, hacían su negocio con los fieles que 
entraban y salían. Un judío pasó junto al guardia romano dejando caer 
dos dracmas en una charola de plata, ubicada sobre el pedestal de 
mármol junto a la puerta y se dispuso a entrar cuando un hombre 
descalzo, de túnica blanca y melena por los hombros, salió furioso del 
lugar y comenzó a patear las mesas de los cambistas, haciendo volar las 
monedas hebreas y romanas por los aires al grito de: 

—¡Impíos, estáis convirtiendo el templo de mi padre, en una 
cueva de ladrones! —y continuó tomando los bancos, donde se 
sentaban los vendedores de palomas y los lanzaba con fuerza, 



lejos del templo de su padre. Quienes lo conocen, juran que esa 
fue la única vez, en que Jesús, perdió la compostura. 

Entonces el halcón volvió a emitir su agudo chillido, y Ani, devolvió la 
vista al cielo. El ave, apenas una mancha negra en el azul profundo, 
describía grandes círculos buscando a su presa. Al bajar la vista, pudo 
ver desde la puerta donde estaba, hacia el interior del templo, donde un 
hombre subido a un escenario, con un micrófono en la mano, predicaba 
a viva voz y por altoparlante, la palabra de los dioses: 

—¡Amén... hermanos... amén! 

—¡Amén...! —respondieron todos al unísono mientras que el 
hombre, se bajó del escenario y prendió fuego dentro de un 
tanque de metal en el medio del templo: 

—Escriban sus pecados en un papel y láncenlo a las llamas, 
dejen que el fuego purifique sus acciones, ¡arrepiéntanse!, y el 
Señor alejará a los demonios de sus vidas... ¡quémenlos! 

—¡Amén...! —seguían repitiendo mientras hacían fila para lanzar 
su formulario al fuego y el halcón, volvió a chillar. Ani lo vio 
cuando se dejaba caer en picada sobre su presa y frente a él: el 



sacerdote de Osiris, ofreciéndole ahora tres figuras esculpidas en 
barro: 

—Vos no habréis de querer hacer el trabajo duro en el más allá, 
llevaros estos esclavos mágicos; ellos habrán gustosos de hacer el 
trabajo sucio por ti 

—Pero... y todo esto, ¿cuánto me va a costar? 

—Con vuestro salario de escriba real, tendréis que pagar medio 
año 

—¡Medio año! 

—¿Acaso pensáis que es mucho, a cambio de vuestra dicha 
eterna? 

Ani aceptó la oferta y se fue de allí, preocupado por la deuda que había 
contraído... pero feliz; sabiendo que hacía lo correcto. 

Apenas llegó a su casa, corrió donde su mujer para darle la noticia y 
esta, cuando vio el papiro de veinticuatro metros, le dijo con ojos bien 


abiertos y expresivos: 



—¡Tonto! No compraste la dicha eterna, te vendieron un papiro 


Correo Nacional 


Se encuentra de espaldas a mí, sentado a la mesa con un antiguo 
espejo colgado en la pared del costado; sus manos con guantes escriben 


una carta: 



Claudia: 


Esta será la última carta que recibas de mi parte; si 
fue tú decisión dejarme, no insistiré. Sólo quiero que sepas 
que yo aún te amo, y lo que siento por ti es inmortal. 


Sé que no comparto tus gustos, pero cambiarme por 
tu amiga, la fetichista; es algo que jamás entenderé. Sus 
juguetes no se comparan a lo que yo te puedo dar. 

Quiero que sepas que te extraño, y que te recuerdo 
siempre. Puedo verte de pie frente a mí, riendo, puedo 
tocarte, escuchar tu voz; porque cada vez que cierro los 
ojos, mi amor me permite tenerte de vuelta. 


Levanta la vista y su novia está parada frente a la mesa. 


—¿Acaso esto es real? 

—No, no lo es; tu amor me trajo de vuelta 

—¿Por qué me abandonaste? —Yo no te abandoné, vos falleciste; 
y llevás muerto ya seis meses solo que tu conciencia, aún no lo 


sabe. Mirate al espejo. 



Gira y ve su rostro putrefacto en el espejo; se asusta, y cuando vuelve la 
vista al frente la chica ya no está. Ensobra la carta aún con guantes, 
escribe la fecha, la dirección, y dibuja un corazón flechado al final; 
entonces se quita los guantes y observa sus manos comidas por los 
gusanos. 

Al día siguiente, el cartero arroja un sobre por debajo de la puerta de 
una moderna casa, una chica algo machona y extravagante lo levanta, y 
al voltearlo, tiene aquel corazón flechado dibujado; mira la fecha y grita: 

—¡Claudia...! —Molesta— ¡otra carta vieja de tu noviecito muerto! 

El infierno es el olvido 

La habitación, está muy bien iluminada por la luz natural que entra a 
raudales por los tres grandes ventanales que van del piso al techo. En 
este cuarto casi vacío, al fondo, se ven una serie de almohadones 
cuadrados, siendo algunos rojos, otros blancos, todos están puestos en 
el piso y sobre ellos: ella, acostada de lado y desnuda al completo. En el 
centro mismo de la habitación está el trípode con el lienzo puesto, al 
frente, nuestro amigo el pintor; y más atrás, recostado contra la pared 
estoy yo, retratando de otro modo todo lo que ocurre en esta 
habitación... poco después del amanecer. Y pensar que la noche 
anterior... bueno, imaginen ustedes lo que pasó la noche anterior 
mientras que Carlos, pone toda su acuarela al lienzo del amanecer 



buscando los colores que ella lleva adentro, pintándole esa larga 
cabellera, que ya no tiene; hasta que yo levanté la vista de esta hoja y 
nuestras miradas se cruzaron; ella cerró sus ojos, yo bajé los míos, y 
Carlos continuó, trazo a trazo, dibujando esas caderas sin dueño que 
no son de este mundo. Recuerdo que nos conocimos los tres al mismo 
tiempo, y poco después nos enteramos de su destino; su cruel destino 
Ambos sabemos que está en nosotros salvarla, que está en nosotros, 
hacer que no caiga en el olvido: 

—Para que vivas más allá del cangrejo —le dijo Carlos cuando 
terminó de pintarla y entonces, yo le coloqué el título a este 
cuento. 


El tormento y el pelotudo 

—Puta madre... allá viene el tormento —me dijo y yo miré por el 
corredor a mi derecha, por el venía un flaco desgarbado 
caminando rápido mientras se comía las uñas con desesperación. 
Cuando llegó y me dio la mano, note que se comía otra cosa 
porque uñas ya no tenía. Entonces miré a mi izquierda pero mi 
amigo el Comepiola ya no estaba (Seguro que aprovechó cuando 
miré pal corredor, y se rajó antes de que llegara el tormento) tan 
rápido se fue que dejó el termo y el mate allí en el piso donde 
estaba, entre medio de los dos, que tranquilamente disfrutábamos 



de la tarde hasta que llegó este individuo; vaya a saber por qué le 
dicen así. 


—Y vos quién so flaco so nuevo en el barrio no te había visto 
antes no te juno de ningún lado yo a vo sabé, y el Comepiola 
dónde está me pareció que andaba por acá, me das un mate pero 
si es con canarias sí, si no, no porque yo no tomo porquerías 
sabes flaquito lo viste al Comepiola o no lo viste? 

—He... no sé —y le cebé un mate 

—¿Pero vo me estas descansando flaco? Mirá lo que me diste este 
mate está lavado, parece una piscina con dos patitos flotando ya 
te dije que yo no tomo porquería, tomá, cebame otro, pero dale 
una vuelta y tratá que salga espumita y que es lo que no sabé, ¿lo 
viste o no lo viste al Come? 

A estas alturas, yo ya me estaba dando cuenta de por qué le decían el 
tormento (Tendría que haber salido corriendo yo también) ahora es 
tarde, pa escapar del tormento está difícil. 

—Andaba acá hace un rato... pero no sé, se fue 

—Buena flaco ahora sí esto es un mate cómo hiciste le echaste 
jabón y cómo que se fue, a dónde se fue, mirá que yo tengo que 
hablar con él esto por un negocio importante y dame un pucho de 



esos, que se te ve la caja en el bolsillo sabes dónde está, tomá 
cebame otro 


Le di el termo y el mate pa que se entretenga: 

—Agarrá acá que lo voy a buscar 

—Para flaco no te vayas vení dame un cigarro no corrás... 

Y yo aceleré el paso —por suerte tengo piernas largas— mientras que el 
tormento me seguía de atrás gritando cualquier gilada sin parar. Ni bien 
llegué a la esquina, doblé a la izquierda y salí corriendo, y por las 
dudas, doble tres esquinas más. ¡Mierda! Me lo encontré de nuevo, 
como dije, es muy difícil escapar del tormento. 


La Pepa 

Fue allá en los bajos, cerca del puerto; donde entré por un corredor 
largo, muy largo y muy oscuro en el que tuve que andar a tientas hasta 
que al final, alzando la vista, podía verse la caseta de vigilancia allá en 
lo alto; la que avisa cuando viene la policía. Al toparme contra la pared 
del fondo, doblé a mi izquierda para salir al gran patio a cielo abierto del 
conventillo. A mis cuatro lados todas las puertas rotas o ausentes, 
fueron suplidas por telas colgando. Del otro lado del patio, estaban las 



escaleras que subí, directo a lo de la Pepa; a preguntarle ¿qué pasó con 
mi hermano? Ya en el segundo piso y poco antes de llegar a su puerta, 
un flaco harapiento que estaba recostado a la pared me cortó el paso; se 
me paró en frente y mirándome torcido pregunta firme: 


—¿Cuánto queré? 

—Nada, vengo a buscar a la Pepa 
—¿Y vos quién só? 

—Soy el cuñado —y de reojo, veo como abajo el patio es cruzado a 
paso rápido y decidido por otro flaco en mal estado quien cuchilla 
de cocina en mano, se dirige directo hacia la puerta de enfrente. 


—Así que vó... so el hermano del chifle —y de aquella puerta de 
enfrente, salió para anticiparlo un gordo armado al estilo 
tradicional: dos largas espadas caseras hechas de hierro con 
empuñadura de trapo, filo y punta. 


—Carlos... mi hermano se llama Carlos, no el chifle -y de 
inmediato salió detrás del gordo una jovencita gritando: 
“¡devolveseló... devolveseló!”. —Pasá —y entonces comenzó a 
sonar: “¡se picó el patio... se picó el patio!”, el grito sostenido del 


vigía. 



Yo avancé unos metros más, y una reja se impuso en el pasillo antes de 
llegar a la casa de mi cuñada; la única que tiene cerramientos. Aplaudí 
y grité: “¡Pepa...!”. Y allá salió la Pepa, con cara de recién levantada y 
ropa cómoda, dos de sus siete hijos la siguen y camina despreocupada 
porque ella goza de especial fama: todos sus hombres terminan en 
prisión. 


La crecida 


Una araña, una araña de considerable tamaño cruza velozmente por 
encima de la mesada de la cocina cuando Elena: (Estará en el bar... 
seguro que está bebiendo con sus amigotes en el bar) —Paf—, la mata 
de un golpe con el palote de amasar; lo limpia debajo de la canilla y 
continúa haciendo las torta fritas. El perro comienza a ladrar afuera... y 
no para; mientras la pequeña Andrea, acostada en la cama junto al 



ventanal de su cuarto, intentaba dormir la siesta:(Papi no me lastima, 


papi me quiere...), cuando una langosta voladora se estrella contra el 
vidrio y queda rebotando..., una, y otra, y otra, vez contra el cristal, 
hasta que Andreíta, se levanta (...cuando me toca, así me toca...; papi 
no me lastima, papi me quiere). —Hip— sirva otra —hip— copa 
cantinero y brindemos, porque paró de llover. —Dicen que en el norte 
llovió mucho más que acá, y que se viene la crecida por el río —-Y a 
quien le impor... hip ta, si el agua viene y va, siempre es lo mismo; 
cantinero: sirva la penúl... hip tima que me vuelvo pa las casas. 


En su hogar, Elena termina de fritar la última torta cuando ve, como 
por debajo de la puerta se mete a la casa un extraño ciempiés y el perro 
que no para de ladrar y en eso, entra la niña a la cocina: —Mami mami, 
¿papi dónde está?, —y ese perro por favor que no para entonces Elena, 
abre la puerta de la cocina que da al fondo para ver a una serpiente 
pasar a toda velocidad por enfrente suyo y más allá... el agua, revuelta 
y marrón, cargando con plantas y animales muertos se aproxima en 
silencio y el perro que no deja de ladrarle al agua, y a cuanto bicho le 
pasa por enfrente huyendo de esta. Elena lo desata y entra presurosa a 
la casa donde frenética, comienza a meter toda la ropa adentro de una 
maleta ante la inocente mirada de Andreíta, que recostada en el marco 
de la puerta acaricia al perro casi de su altura, lo abraza ahora. En ese 
momento entró francisco por la puerta del frente, quien sin mediar 
palabra y ni enterao... de la venida del agua; va directo al dormitorio 



dejándose caer sobre la cama donde queda inmóvil. Elena comienza a 
sacudirlo y este balbucea, balbucea cosas sin sentido en un estado de 
semi-inconsciencia del que no parece despertar pese a los esfuerzos de 
esta madre, que toma a su hija en brazos, y maleta en la otra mano sale 
por la puerta. Ya con el agua por los tobillos, gana la calle y se 
encamina hacia arriba, hacia el centro del pueblo mientras que su 
esposo... —¿y papi, papi no viene?— ...sigue inconsciente en la cama. 


Lilith 


Es un espíritu que por las noches, tomando la forma de una mujer, 
seduce a los hombres acostándose con ellos; pero resulta al amanecer 
desaparece sin dejar rastro. Así que el hombre despierta solo en su 
cama, y sin saber nunca, si aquello fue un sueño o fue real. 



Lilith, así se llama, la mujer que nos visita en sueños. 


Según la iglesia católica: un poderoso demonio enviado por el 
mismísimo Satanás, con el fin de turbar la mente de los hombres y 
apoderarse así de su voluntad. Fue condenada de inmediato al fuego 
eterno. 


Por suerte este espíritu complaciente y generoso, todavía se las ingenia 
para escapar y visitarnos de tanto en tanto. 


Me pregunto cómo es que las mujeres, todavía no le han puesto nombre 
al espíritu que en su caso, toma forma de hombre y las visita en 
sueños. Quizás, este haya sido condenado a algo peor que el infierno, 
quizás, haya sido condenado al olvido. 


El bufón del tiempo 


"Porque no hay nada más malo... 


Que un payaso malo" 



El enorme charco rojo y espeso, oscurecía coagulando sobre la baldosa 
fría, bordó ahora y pestilente. Las partes del cuerpo mutilado, habían 
sido esparcidas por toda la habitación; moscas; más allá vieron sus 
tripas en montañas y junto a ellas: las pisadas del asesino inhumano, 
por lo que había hecho y por su talla. Quién puede calzar tanto, es casi 
el doble de un pie normal, ¿y quién?, ¡por Dios!, pudo haber cometido 
una aberración así. Registraron todo el lugar en busca de otras pistas, 
huellas digitales, no hallaron ninguna. 

Entró extasiado, feliz y sorprendido miraba con su nuca casi tocándole 
la espalda esas luces tenues, multicolores; con el brazo extendido hacia 
arriba, tomaba la gran mano de su abuelo y esto le distorsionaba el 
abanico de sonidos provenientes de todas direcciones: el rugir de fieras, 
bullicio de gente, bombo, platillo y redoblante le vibraban en el codo a la 
altura de su pequeño oído derecho. Risas y malabares, dulces y caballos 
desfilaban ante sus pupilas dilatadas que intentaban absorberlo todo. 

Se encontraba fascinado con aquella novedad de exquisitos rojos y 
algodón de azúcar, hasta que el redoblante se hizo sentir; se apagaron 
todas las luces y sólo un foco apunta ahora directo al telón caído, que, 
lentamente, comienza a abrirse en dos; cesó el redoblante. Salió un 
payaso y el niño clavó sus ojos en él, quedó helado y sin respirar; 
mientras todos reían, él, se encontró de pronto apretando fuertemente 
la gran mano de su abuelo y con la otra, dejó caer el frágil palito de 



madera de su algodón de azúcar, echando a llorar. Media hora duró el 
suplicio del niño: a las once en punto, terminó la función. 

—Tranquilo Rudy... calma —En brazos de su abuelo ya no llora. 

Calmado llegó el chico a casa y subió a su dormitorio; era tarde, ya casi 
las doce y el payaso en su camerino, se quitaba la nariz, la peluca, y 
frente al espejo veía como su rostro se transformaba: (Una buena 
función), pensaba... (Pero alguien no quedó conforme), sonaba una voz 
algo distinta en su interior, más grave y profunda, (No todos te quieren 
no... no todos); mientras se despintaba la gran sonrisa de su rostro y el 
espejo, le devolvía una cara extraña... Feroz: (¡Cuídate!, alguien muy 
cercano a ti... te odia), seguía escuchando (Y de ti se quiere vengar; tú lo 
conoces, no lo dejes, actúa ya). Así se dispuso a salir del remolque 
arrojando la camisa multicolor sobre la cama y quitándose el ancho 
pantalón, tan ancho, que se lo sacó con los zapatos puestos y salió, 
apurado caminó a campo traviesa hasta el remolque de su mejor amigo: 
el domador de fieras, y de golpe abrió la puerta cuando el niño, en su 
cuarto, observa el reloj de su mesita de cama: las doce y cinco, y apaga 
la luz. Pero un haz brillante se coló por su ventana, y cual foco, apunta 
directo a la puerta de doble hoja del ropero; en su mente comenzó a 
sonar el redoblante y sintió miedo. 


Doce treinta. El bufón trastornado sale del tráiler de su mejor amigo; 



vuelve a su casa rodante y termina de desvestirse en su cama; duerme. 
El niño no puede dormir. 

Su abuelo, dado lo ocurrido la noche anterior en el circo, comentó 
delante de los padres sobre el miedo irracional del chico a los payasos. 
Estos no le dieron demasiada importancia ya que nunca se enteraron, 
de que el domador de fieras había amanecido: “Brutalmente asesinado” 
según decía el periódico de hoy. 

—Son cosas de chicos... —quitándole importancia pero el abuelo, 
dispuesto a terminar con lo que él creía una cobardía, compró dos 
entradas para la función del día siguiente. 

Al payaso, ni bien despertó le dieron la trágica noticia; se mostró 
sorprendido pero más que nada: asustado. Otra muerte de alguien 
cercano a él. Afligido fue a hablar con el director: 

—Estoy muy deprimido, le voy a pedir suspender por duelo la 
función de hoy 

—Imposible, tenemos todas las localidades ya vendidas 
—Pero yo estoy destrozado, no sé si podré hacer mi actuación 
—Usted es un profesional... hará su acto con los ojos cerrados 


Con esas palabras en sus oídos abandonó abatido el despacho del 



director y por primera vez en mucho tiempo, concurrió al bar. 

Al final, el director tuvo razón; el payaso incluso borracho ejecutó esa 
noche su acto a la perfección; el público fue incapaz de adivinar el dolor 
que ocultaba bajo su sonrisa. La función terminó como siempre a las 
once en punto, cuando el payaso se retiró a su camerino y sentado 
frente al espejo, comenzó a cambiar: se quitó la nariz... y la peluca; 
mientras que el niño en su casa, tapado hasta los ojos miraba la puerta 
de doble hoja del ropero y hasta le parecía que... lentamente, se estaba 
comenzando a abrir. A las doce en punto, el payaso mostró ante el 
espejo su rostro más feroz y desquiciado; así salió corriendo a matar a 
la persona más cercana a él; luego volvió a su camerino... y se durmió. 

Al día siguiente el abuelo despertó temprano, tomó las dos entradas y 
fue a darle la noticia a su nieto de que esta noche, irían al circo 
nuevamente. El chico se negó durante todo el día a querer asistir pero 
la tenacidad de su abuelo se impuso. Nadie en esa casa sabía lo 
ocurrido en el circo; pero lo que sí todos sabían, era que hoy, tendrían 
que atrasar los relojes pues comienza el verano y con él, el cambio de 
horario: A las doce, serán las once nuevamente. 

En el circo esa noche, el payaso ofreció su más divertida función, pero 
el chico no lo podía resistir y aunque en un intento por mostrarse 
valiente, no lloró, apretaba fuertemente la rodilla de su abuelo 
ocultando su rostro tras el muslo, no quería verlo más. La función 



terminó y dos inspectores de la policía, acudieron a hablar con el 
director del circo, mientras que el público se retiraba y el payaso, once 
treinta, comenzó a cambiarse frente al espejo. A las doce en punto, la 
transformación fue total: 

—Te odia, te odia, véngate de él 
Y se hicieron las once, nuevamente. 

—¿De quién... de que hablás, quién sos? 

—Mátalo, mátalo 

—Soltá ese cuchillo, soltalo... 

Cuando los inspectores entraron a su remolque y vieron: El enorme 
charco rojo y espeso coagulando sobre la baldosa fría, bordó ahora y 
pestilente. Las partes del cuerpo mutilado esparcidas por toda la 
habitación; pisadas de zapatos gigantes y las tripas entre el mosquerío: 


Concluyeron. 



Mestizos 


José se quita los lentes negros... y se le cae la mandíbula; no puede 
creer lo que está viendo. El estallido sónico casi lo deja sordo y la fuerza 
expansiva, le hace dar un paso atrás al tiempo de sujetarse el sombrero. 
Una enorme columna de humo blanco comienza a ascender al cielo 
seguida de una llamarada que se va empequeñeciendo mientras se 
aleja... hasta desaparecer en lo alto del firmamento. En ese instante, 
todas sus ilusiones de ser el primer hombre en pisar la luna, se 
desplomaron por el suelo. (Y pensar que apenas dos horas antes, José 
estaba esperando el resultado del análisis médico, el último, antes de 
la partida de la nave). Sentado en el escritorio frente al doctor, éste 
daba una última lectura a los exámenes que tenía en su mano; 
finalmente los dejó apoyados sobre la mesa y entrelazando sus dedos, 
miró a José directo a los ojos: 


—Tengo malas noticias para usted 


—¿Qué pasó, tengo algún problema cardíaco doctor? 



—No, nada de eso, su salud es perfecta y usted vivirá muchos 
años, pero cuando analizamos su ADN... 


—¿Qué pasó? 


—Hallamos un gen alienígeno en su sangre 


—¿Cómo doctor? 


—Que usted no es totalmente humano 


—Pero qué me está diciendo... ¿cómo puede ser? 


—Verá..., es mínimo, por eso tardamos tanto en descubrirlo; pero 
de alguna manera este gen se mezcló con alguno de sus 
ancestros, habría que rastrear todo su árbol genealógico y aún 
así, difícilmente sepamos cómo y cuándo sucedió; pero lo cierto 
es, que usted no viajará a la luna 


—Pero superé todas las pruebas, soy el mejor de mi clase; no me 


diga que por algo así... 



—Lo siento Capitán, pero como usted sabrá, desde que se 


descubrió la farsa norteamericana de hace dos siglos... el tema se 
ha vuelto muy político; comprenderá que bajo ningún concepto 
podemos permitir que el primer hombre en llegar a la luna... no 
sea humano, ni siquiera un poquito. 


José se colocó el sombrero y se retiró en silencio, inconscientemente, 
encaminó sus pasos hasta el área de lanzamiento y allí, se quedó 
parado un buen rato, pensando en su confuso árbol genealógico hasta 
que se escuchó por el altoparlante: ...tres... dos... uno... 



De amor y de muerte 


"Vendrá la muerte... y tendrá tus ojos. 


Valentín sostuvo su arco y tensó la cuerda. El objetivo se veía distante y 
con su problema de cataratas... borroso... muy borroso; hasta que logró 
enfocar y soltó su flecha. El nunca falla. A pesar de su ceguera, lleva ya 
una eternidad flechando objetivos. 


—Muy bien Valentín... cuando cumplas dieciocho sin duda 
podrás participar de la competencia —le dije siendo su profesor 
de tiro, mientras le rasco la cabeza con la palma de mi mano 
flaca, dedos largos, piel bien blanca. 


Terminada la práctica, Valentín pasó su mano entre el arco y la cuerda 
acomodándolo así en su espalda, poniéndolo en diagonal entre sus dos 
pequeñas alas y decidió caminar. Llegó a la casa donde vivía la pareja 
que tiempo atrás, lo hizo nacer. No pudo entrar, tocaba timbre y 
escuchaba como discutían adentro los dos; ninguno le abría la puerta. 
Valentín utilizó sus pequeñas alas para subir hasta la ventana del piso 



de arriba de donde provenían los gritos, y lo hizo con su arco en la 
mano. Se moría. 


Zapatos y pantalón negro; buzo con capucha puesta, terminaba yo de 
recoger las dianas con prisa; lo de profesor era algo honorario y mi 
trabajo de jardinero me espera: sesgar yuyos y matorrales en el amplio 
jardín de los Morales. Acomodé la guadaña en el asiento trasero de la 
furgoneta y partí. De camino y sin detenerme, vi por la ventanilla al 
pequeño Valentín golpeando frenético la ventana cerrada con ambos 
puños por encima de unos matorrales desgreñados que rodeaban la 
casa. (Pronto tendré otro jardín que podar), pensé llegando ya a la finca 
de los morales, donde me dispuse a hacer mi trabajo. A poco de 
comenzada la faena, escuché la sirena de una ambulancia que parecía 
acercarse a toda velocidad y guadaña en mano giré la cabeza para ver 
salir corriendo a la adolescente hija de los Morales en un solo llanto al 
encuentro de los paramédicos que ya estaban estacionados en la 
puerta. Minutos después, sacaron al hombre muerto en la camilla, 
víctima de un infarto fulminante. 


Tras consolar a Pamela, la adolescente hija y a su madre en menor 
medida; guardé la guadaña en la furgoneta y me fui de allí, sin haber 


descubierto nunca mi cabeza. En el camino de vuelta a casa volví a 



pasar y esta vez me detuve, al ver a mi alumno tendido boca abajo en el 
suelo, con su propia flecha clavada en la espalda y junto a él, la joven 
en un gran charco de sangre. Bajé del vehículo y miré hacia arriba: el 
joven Carlos se asomaba entre los vidrios rotos. 


Cansado y afligido, agobiado ya volví a mi furgoneta decidido, a dar un 
largo paseo por el pueblo y pensar, sobre todo pensar... cuando veo al 
joven Carlos, alejarse de la casa rumbo a lo de los Morales. Lo seguí de 
atrás. La adolescente Pamela lo estaba esperando en la puerta y lo 
abraza, se abrazan, alguien los flecha y entraron a la casa. Un niño bajó 
entonces torpemente, aun aprendiendo a volar, del árbol donde estaba y 
se posó en el jardín adelante de mí: 


—¿Cómo te llamas pequeño? 

—Valentín 

—¿Quieres aprender a tirar?, yo te puedo ayudar... ven —le dije 
tomando su regordete anular rosado con mi mano flaca, dedos 


largos, piel bien blanca. 



Amor, espacio v tiempo 


Atardecieron juntos aquella primavera, sentados en la arena de la playa 
hasta que ya no hubo sol, sólo un reflejo. Entonces se levantaron y 
echaron a andar, tomados de la mano van entrando en la ciudad, un 
aire cálido a sus espaldas los empuja, les apura el paso, los abraza aún 
más. 

Carlos, caminaba por un corredor blanco, al llegar a la puerta, como 
siempre, lento, abría esa puerta, miraba la habitación: vacía, cerraba la 
puerta y seguía andando; luego bajó por unas escaleras, corredor, dobló 
a su derecha, más corredor blanco. 

Andrea corre porque todo está oscuro y siente que algo... oculto en el 
silencio la persigue y se está acercando, ella corre y corre pero siente 
que sus piernas cansadas tan débiles no obedecen sus órdenes de 
acelerar, la presencia crece y Andrea corre sin saber a dónde va. 



Tenía las pupilas pequeñitas, de tanto blanco, cuando llegó, abrió la 
puerta: nada, vacío, la cerró y siguió andando; esta vez subió unas 
escaleras, corredor, volvió a doblar a su derecha, más corredor blanco. 

Ella sabe que puede correr más pero siente que sus piernas le 
traicionan, aprieta los ojos sólo piensa en correr más y no sabe de qué 
huye, pero siente que se le acerca abre los ojos voltea nada ni nadie y a 
sus lados, todo oscuro la rodea ella lo sabe y por eso grita. 

Carlos, para variar, venía encandilado, cuando llegó a la puerta, y 
lento, la comenzó a abrir, cuando ya por la rendija vio que no había 
tanta luz; atardece allí. Terminó de abrirla y se adentró unos pasos, 
entonces sus pupilas se dilataron, adivina una pareja cuando siente un 
grito de mujer alguien lo pecha, Carlos cae al suelo, y atónitos: se 


quedaron mirando los cuatro. 



Carta de Amor 


26 de diciembre del 2014 


Virginia: 


De los varios hombres que han pasado por tu vida, y se fueron, ¿alguno 
volvió para buscarte? Y no me refiero a la semana o al mes, para tratar 
de ser tu novio otra vez, o peor, para tratar de acostarse contigo una vez 
más, me refiero a volver, para buscarte a ti, para saber si tú estás bien. 
De todos, ¿cuántos lo han hecho una y otra vez, con años de por medio, 
y hasta pasar décadas, ¿cuántos? 


¿A cuántas mujeres conoces, que tengan algo así? 


El amor, Virginia, el verdadero amor, no sabe del tiempo, ni de las 
distancias, no sabe de dolor ni de rencores, ni de errores cometidos. Si 
se olvida, o si lo vence un enojo, un orgullo, o si precisa de... para 



existir, se perderá inevitablemente con el tiempo, sin importar cuanto 
dure; pasará y se irá; ese no lo es, no es amor. 


Hace años ya, más de 15 cuando nos conocimos por vez primera, y 
recuerdo cuando me dejaste después de escasos 3 meses de novios 
(enero, febrero y marzo) te fuiste en la semana de turismo para Santa 
Teresa con unas amigas, e intercambiamos, recuerdo, un collar por un 
brazalete, yo te lo puse en la muñeca, y vos te sacaste el tuyo del cuello 
y me lo diste en la mano; diciendo vuelvo. Y volviste, para decirme que 
allá habías conocido a otro pibe, que se dieron unos besos, y que hora 
estabas confundida. Te pregunté: ¿te acostaste con él?; No... me dijiste, 
estaba tan borracho que después de besarme se quedó dormido a mi 
lado; fue tú respuesta. 


Tres días después, me dijiste que ya no me querías ver, que si te había 
pasado eso era porque no me amabas tanto. Eso sí fue un fierrazo en la 
cabeza; lo usaste de excusa para dejarme. No tu confusión típica de la 
edad, si no que yo estaba perdiendo lo más amado. 


Solo entonces me enojé, porque allí vi mi felicidad, y la tuya, yéndose al 
traste. Pero en pocos días, diez o doce días, el amor se impuso, como 


debe de ser, como es; y me desenojé, curé mis heridas. 



Entonces te fui a buscar, pero ahí te enojaste vos, porque confundiste 
mi amor verdadero, el que nunca desaparece, el que todo lo supera; por 
alguna especie de paranoia maníaco obsesiva. Cuando yo noté esa 
postura en ti, dejé de buscarte, por meses, varios meses; duros para mí, 
pero era la única manera de que te dieras cuenta. Solo entonces te 
busque otra vez, meses después. Y resultó que estabas con otro, un 
tercero que no era el de Santa Teresa, por el cual, supuestamente, te 
habías desenamorado de mí y enamorado de él. 


Sabiendo esto ya no fui pensando en ser tu novio, a pesar de que te 
amaba, tanto te amaba, que fui para ser tu amigo; para disfrutar 
viéndote feliz así sea haciendo otra actividad con otra persona en una 
felicidad momentánea, y eso fuimos por los siguiente 6 años, amigos, 
hasta que vos te fuiste a Bs AS y yo a España. Porque un novio Virginia, 
no es para sexo, ni para criar hijos, ni para vivir juntos, un novio, es tu 
mejor amigo, el de verdad; es ese que siempre estará a tu lado, para 
todo y sin importar lo que pase, el que nunca te va abandonar y te 
apoyará... su vida entera sin dudarlo. Ese, Virginia, es tu novio, tu 
compañero de verdad; lo otro es un engaño que uno mismo se lo cree. Y 
lo demuestra el tiempo, pero por sobre todo, lo demuestra la capacidad 
de liberar al otro al punto de permitirle ser feliz por encima de uno 
mismo. Porque verlo feliz, en cualquier circunstancia (así sea verlo feliz 


por un momento con otra persona, ya compañero de trabajo, ya amigo, 



o incluso novio de muletilla) te hace feliz a vos la felicidad del otro, si lo 
amás. 


Pero tú con la venda puesta, insistías convencida que el amor de tu vida 
era ese otro (Ya el tercero) recuerdo que me dijiste que este nuevo 
“amor” vivía en el cerro, y que trabajaba en la construcción, muy 
orgullosa me lo dijiste; te duro 6 meses el amor de tu vida; se fue y no 
volvió nunca más ni pa ver como estabas, como todos los otros, y yo 
seguía allí, para ti, y tú con la venda puesta. 


Vino otro, un cuarto, creo que duro un año este otro según tú, ahora sí, 
amor de tu vida; y mientras él estuvo y se fue, para nunca más dar ni 
señal de vida por ti, yo seguía ahí, a tu lado, acompañándote y 
disfrutando de tus pasajeros momentos de felicidad. Y tú con la venda 
puesta. 


Durante años buscaste una y otra vez al amor de tu vida, el que 
estuviera siempre a tu lado, pase lo que pase; pero con la venda puesta 
siempre creyendo que yo no te amaba de verdad, el amor eterno, el 
verdadero, el que todo lo supera; el que da al otro y disfruta de ver al 
otro sabiéndolo libre y feliz, completamente libre y feliz. Pero para ti yo 
solo estaba obsesionado y te quería poseer (vaya obsesión la que dura 


20 años y todo lo supera, incluso su propio orgullo y su mayor pasión, 



sacrificándolo todo para solo para ver feliz al otro; vaya posesivo que soy 
que mi celos me permiten verte chuponeando con otro adelante mío, y 
soy feliz de verte feliz, así sepa que no te va a durar porque te estás 
engañando, (Entonces me limito a decírtelo, como siempre te lo he 
dicho, las veces que haga falta hasta que tú lo comprendas; jamás 
impedírtelo, jamás prohibirte ni manipular tu ganas de hacer algo en 
un intente de tenerte para mi). Y una y otra vez fuiste feliz, a medias, 
engañándote a ti misma por un ratito; lo sé porque yo lo vi. Como 
también lo fui yo con otras, es verdad, por un ratito y a medias; y lo 
hacía, lo sé, para llenar un vacío que al igual que tú, no se llena si no es 
con el verdadero, y si seguimos así, y al final lo que ocurre es que nos 
acostumbramos a ese vacío a medio llenar, y nos parece que está bien 
así, que somos felices; devuelta por un rato y a medias. Solo que yo era 
y soy consciente de esto. Pero veo que tú sigues después de 20 años y 
varios golpes, con la venda puesta. Y yo sigo aquí, parado a tu lado. 


Quizás haya sido culpa mía, quizás, si me hubiera apartado de ti un 
tiempo, como lo hice para después volver, pero... si lo hubiera hecho 
antes, tal vez, no habría surgido en ti es idea, o si hubiera esperado 
más tiempo que un par de meses para volverte a buscar, no me 
hubieras puesto esa etiqueta de posesivo, quizás entonces todo hubiera 
sido distinto; quizás. Si es así, tengo que disculparme contigo, porque 
mucho daño te he causado; porque te arrebaté lo más hermoso de la 


vida, y si no somos capaces de revertir eso, te lo habré arrebatado para 



siempre. Si es así, si yo te puse esa anestesia que no te permite darte el 
placer de amar de verdad y ser amada de veras, ojalá que no; pero si fue 
así, te juro que jamás me lo voy a poder perdonar. 


¿Cuántos han pasado por tu vida; con cuantos has sido feliz... por un 
tiempo, y cuántos de ellos han vuelto a ti, para charlar, para ser 
amigos, para pasar un rato, para saber de ti, capaces de tragarse hasta 
su orgullo, de cederlo todo, porque siente por ti un amor verdadero, y 
quiere tu felicidad sin importarle la de él en lo más mínimo, porque tú 
siempre estás primero; cuántos? 


Que un hombre no entienda que el verdadero amor es eterno y todo lo 
supera, puede pasar, pero que una mujer no lo sepa, es raro realmente, 
poco explicable. 


Tienes idea de lo que darían miles de mujeres de todas las edades, casi 
todas de hecho, por estar en tu lugar; muy pocas lo encuentran. Casi 
ninguna. Viven su vida y son relativamente felices, como todos, hasta 
que mueren sin haberlo tenido. 


Y tú durante años y más años, lo has buscado, como todos, con uno y 
con otro y con otro, pero con la venda puesta, teniéndolo parado al lado 
a cada momento; como debe ser, como es. 



Recuerdo el día que me dejaste, la frase textual que yo te dije al 
explicarme que estabas confundida por el otro “Cuando seamos viejitos, 
te diré: viste que sí eras el amor de tu vida”. Eso te dije, pero tampoco lo 
entendiste entonces. 


Más de 15 años ya han pasado desde aquel día, muchos hombres por 
tu vida y muchas mujeres por la mía, no porque yo así lo quisiera, 
porque así vos lo has querido; y ya vez, esa frase sigue tan vigente como 
siempre, como aquel día, y tú con la misma venda puesta; de seguir así 
me responderás ese día, aún lejano de viejitos, en que el hombre que 
está ahora contigo, al igual que todos los otros ya no esté y ni pregunte 
más por ti: “Perdón”; porque a esa altura es todo lo que me vas a poder 
decir; lo sé, y aun así, yo estaré allí; para seguir a tu lado, como 
siempre. Y yo te aclararé entonces que no hay nada que perdonar, 
porque gracias a ti, tuve la suerte de sentir y vivir algo único, algo que 
muy pocos sienten; y muchos menos viven; ese algo que siempre 
prevalece: el verdadero amor. El uso que hicimos y hagamos de él, 
dependió, y dependerá siempre de nuestra capacidad para aceptarlo, o 
negarlo a venda y muletilla Todo lo que yo he sentido, siento, y sentiré, 
es de uno en un millón; y por eso, te estoy muy agradecido. 


El me gusta (a mi), el te quiero (para mi), y el te necesito (yo); son 
posesivos y momentáneos. El te amo (a vos, al otro) es el único 



sentimiento que libera, concede, da. Les das todo al otro, y nada a ti. 
Esa es la diferencia entre los tres primeros, y el amor. 


Aveces se combinan, el me gusta con el te quiero, (confusión de amor) o 
el me gusta y lo necesito (confusión mayor de amor), pero no es amor, y 
engañándonos o creyendo que..., vivimos media vida, y somos medio 
felices. Lo que hacemos es ir con una muletilla por la vida. 


Permítete conocer el amor verdadero, la libertad que te otorgará quien 
te ama te permitirá vivir plena; y eso te otorgará la felicidad total. 


Ahora que tiene hijos, sabrás lo que es amar; ¿acaso a ellos no les 
perdonarías todo?, si se vuelve drogadicto, ladrón, y va al COMCAR. 
¿Lo dejarías, probarías con otro hijo tal vez; o hablarías con él y 
seguirías a su lado siempre, apoyándolo haga lo que haga y pase lo que 
pase? Eso Virginia, es el amor, el de verdad, lo otro es una mezcla de: 
me gusta, lo quiero, lo necesito. 


Tomate el tiempo que haga falta, llevo 20 años esperando que te 
permitas amar y ser amada. Está claro que puedo esperarte la 
eternidad. Y cuesta creer que me acuses de apurarte, cuando llevo 20 


años esperando y puedo esperar por siempre, sin perder mi amor por ti. 



Recuerdas los tiempos en que no veíamos (poco tiempo de novios y años 
de amigos) cuando tú estabas sin muletilla no había discusiones, ni 
malos entendidos, ni postergaciones de encuentros, ni nada de eso. 
Porque tu corazón te dice que querés verme, charlar, hacer actividades 
conmigo y con otros; pero cuando estas con la muletilla de turno y me 
ves, arranca la confusión, la duda, la indecisión, el postergarme sin 
poder decir no, porque tu corazón te dice que me querés ver, es el temor 
a amar y ser amada, a admitir años de error tonto. Por eso, cuando me 
ves y estas de muletilla empezás: que sí, que no, que si, que no, que si, 
que no. 


Ese que si que no, que nos vemos pero no nos vemos, (es tu miedo, tu 
confusión, y salís a buscar alguna excusa medio lógica (tengo que 
trabajar, tengo que cocinar, no puedo hacer un viaje de 7 horas, 
saliendo media hora más tarde) para calmarlo y seguir de muletilla, 
entonces me decís que no, pero como realmente me querés ver, apenas 
tenés una noticia mía me volvés decís que sí, y allá te acordás de tu 
muletilla de turno y salta miedo de vuelta y la confusión, donde buscas 
otra escusa supuestamente lógica para cambiar otra vez y decirme que 
no, y así estas. Desde que te conozco que haces esto conmigo, y solo 
conmigo. Estoy seguro que a tu compañeros de trabajo no se los haces, 
y a tus amigas mujeres tampoco, ni a otro conocido o amigo hombre, (Si 
el te quiero (para mi), de tu muletilla te permite tenerlas a tus amigas y 
amigos, ¿las tenés, cuando te divertiste con una por última vez, cuándo 



fue tu última actividad de esparcimiento sin muleta? Eso es le te quiero 
Virginia, el te quiero para mí. Y el te necesito, te necesito para mí). 


Y ese sí, no, si, no, si, no...Cansa a la otra persona, se siente como una 
tomada de pelo, como si estuvieras jugando con el otro. Si no me borre 
para siempre hace ya añares, es porque te amo justamente. Como 
evidentemente nadie más te ha amado. 


Y si dentro meses, o años como siempre ha ocurrido, vuelvo para a 
preguntarte: ¿cómo estás? Es porque lo único que necesito es saber 
que estas feliz, porque el amor es incondicional, y liga la felicidad de dos 
personas irremediablemente; y si cuando eso ocurre yo veo que no eres 
todo lo feliz que puedes, mi felicidad se cae al piso instantáneamente. 


Cuando tú lo sepas, lo entiendas al fin y decidas conscientemente amar 
y ser amada, no querida ni extrañada, ya que el amor tampoco extraña 
cuando sabes que el otro está feliz en donde está. 


La muletilla que no duran para siempre, tu actual muletilla ya dejo a 
una mujer y dos hijas; ¿ese es el tipo de compañero y el tipo de padre 



que quieres para los tuyos? Por eso el amor en incondicional y todo lo 
supera, no se tiene hijos para después tratar de juntar paciencia y 
amar, es al revés. 


Cuando te permitas el darte cuenta, aquí estaré, como siempre, para ti 
y para los tuyos, porque son parte de tu ser como lo es el mío, no la 
muletilla de mi ahora ex, que no agarre por engaño propio, si n o por 
necesidad obligada a falta del amor verdadero, y le di un hijo también 
obligado, porque a mi edad el cuerpo y la cabeza me lo pide; como a ti. 


Sin amor la familia es imposible, es un engaño pasajero que daña, a 
uno misma, al otro, y a los hijos. Cuando sean adolescentes, ya lo ves 
en las dos hijas suyas, porque se terminó el te quiero y el te necesito 
con su exmujer. La dejo y lo sus hijas marcadas pal resto de la vida, ya 
que mandar plata y verlas cuando puedo, no sirve para ningún hijo. 


Son 3 años para el punto de no retorno, a la grande tuya le quedan 3 
años para ese punto, porque a los 9, 10 como mucho, y en adelante, la 
marca de separación que le quedará será de por vida. 


Pase lo que pase, yo te apoyaré igual, dentro de 5 años, de 10, de 15; a 
ti y a los tuyos que son todo tu propio ser, porque ellos si son tu 


verdadero amor, no otra muletilla. El amor te hace ser parte de la otra 



persona, el ser es inseparable, y solo la muerte lo termina. O eso dicen 
de la muerte. 


Tus padres se aman Virginia, ellos no son muletilla el uno del otro; una 
vuelta, tú ya sabes que cuando yo tenía 20 años, (todos por diversión y 
curiosidad) tuve sexo con tu madre adelante de tu padre quien estaba a 
su vez con otra, los 4 en la misma cama. No lo hicieron para probar si 
se amaban; ellos se aman, y por eso pudieron darse el lujo de hacerlo. 
¿Tú puedes hacerlo esto con alguna de tus muletillas de turno, tu 
muletilla de turno lo soportaría? Amar es sentir lo que siente el otro en 
el momento en que el otro lo siente. Si el otro siente felicidad plena, tú 
también, si el otro siente placer, alegría o rabia, tú la sentirás también, 
aunque ese placer, alegría o rabia se la provoque un tercero. Una vez 
que esta conexión se da, es inclaudicable. El amor convierte a dos en 
uno, indivisible e incondicional, porque no conoce el egoísmo del yo. 
Como a ti ver a tu hijo siendo más feliz con otra mujer que contigo te 
hará tan feliz como él. Eso es el amor, que borra tu yo, ya que tu hijo 
pasa a ser parte de tu ser. Lo otro es te quiero (para mi) te necesito 
(para mi). 


Yo ahora esperaré a que pase lo inevitable con la muletilla, como 
siempre, cuando ocurra llámame antes de buscar otra muletilla, no me 
voy a tirar arriba tuyo pa coger ni pa nada, ya que en ese momento, yo 



lo que sentiré, será tu dolor y el de las 2 otras mitades de tu ser. Y yo 
estaré allí; para todo tu ser. Como siempre. 


Ahora, si buscas otra muletilla luego de dejar la anterior en vez de 
llamarme, como ha venido ocurriendo, pue nada, seguiré aquí para ti, 
tienes la eternidad toda, el tiempo que precises hasta permitirte darle a 
todo tu ser, el amor de un hombre, el de verdad. 


El tren 


Recién, el tren, echó a andar, sonando fuerte su silbato, y poco a poco 
soltando humo, fue acelerando su trajinar mientras la gente, toda 
sentada con las ventanas abiertas al día de verano —cortinas verdes 
flotando al viento sobre cabezas negras que sobresalen a los asientos— 
iban escuchando esa música clásica que sale por los parlantes hasta 
que un niño rompió a florar, quebrando la monotonía de aquella música 
funcional que dormitaba en el aire cálido y yo mirando por la ventanilla 
para afuera, me puse a contar uno dos tres cuatro cinco los segundos 
que transcurren uno dos tres cuatro entre columna y uno dos tres 
columna que pasan uno dos cada vez más rápido uno... 

Aburrido, viendo el sopor en el que estaban todos en ese vagón, decidí 
levantarme y avancé por el pasillo, abrí la puerta y me quedé parado un 



momento entre ambos vagones; escuchando el Tracatrác -Tracatrác - 
Tracatrác, mirando pasar los durmientes bajo mis pies. Luego di un 
paso largo para llegar a la barandilla del vagón de enfrente, abrí la 
puerta y entré. Cerré la puerta a mis espaldas y en seguida me invadió 
un olor... cuando se me aproximó un individuo de voz ronca: 

—Que mal vestido que estás, pero mirá ese desastre de pantalón, 
y los zapatos, ni siquiera están limpios; (¡qué hijo de puta, que 
buena camisa tiene!); y ese pelo, todo revuelto... podrías peinarte 
al menos : (súper moderno el corte, ¿dónde se lo habrá hecho?). 
Luego de mirarlo de arriba abajo, avancé por el pasillo y ese olor... 
¿a qué es?, entonces una vieja con voz de pito, bien chillona, se 
me paró enfrente: 

—¡Ay esas canas!, y ya le está saliendo a usted barriga; (pero que 
hombre tan joven); y las bolsas en los ojos... tiene usted unas 
ojeras de viejo; (como quisiera yo tener veinte años menos) ; ¿por 
qué no se hace un lifeting? 

La aparté de en medio con mi mano y seguí avanzando por el vagón... 
mmmm... ya sé, olorcito a envidia ¡qué rico!, y abrí la puerta. Tracatrác 
- Tracatrác - Tracatrác, di un paso largo y pasé al siguiente vagón. 

Al entrar, fue lo primero que vi: tu pelo, tu pelo negro y brillante 





flotando al viento que entraba por esa ventanilla abierta al sol; y no lo 
pude evitar, me senté a tu lado. Conversamos. Reímos. Nos besamos. 
Allí fue cuando entré en un sueño, un sueño del que luego desperté: 

—Lo siento, pero debes irte ahora, debes continuar... 

Y te pusiste de pie a mi lado extendiendo tu mano hacia mí, la 
tome, y poniéndome yo también de pie, caminamos juntos por el 
pasillo del tren hasta el final. Y allí sonó, entre tú y yo la puerta 
cuando se cerró. 

Tracatrác - Tracatrác - Tracatrác, me quedé allí un rato, observando los 
durmientes pasar bajo mis pies, Tracatrác - Tracatrác - Tracatrác; y de 
un pequeño salto pasé al siguiente vagón. 

Allí un tipo se me arrimó, para cortarme el paso poniendo la palma de 
su mano en mi pecho, y señalando con su dedo a otro, me explica: 

—Ese hijo de puta, habría que matarlo... no sirve para nada y 
hace puras cagadas no más —y lo miraba con rabia, parecía que 
se lo quería comer. Por las dudas me aparte de él y seguí 
avanzando cuando el otro individuo, se me paró enfrente y con 
voz firme me dijo: 



—Es un mentiroso de mierda, un manipulador desgraciado que le 
echa la culpa siempre a los demás, habría que matarlo mirá... -y 
este tipo me pareció tan envenenado como el primero, no sea cosa 
que me contagie seguí avanzando cuando un tercero: 

—Estos pelotudos, como me gustaría... —-y yo salí corriendo, 
porque ya vi que en cualquier momento, igual se la iban a agarrar 
con migo y apurado como iba abrí la puerta y Tracatrác - 
tracatrác - tracatrác. 

Estire mi paso, me paré en el vagón de enfrente y ya desde antes de 
entrar, noté que el pequeño vidrio de la puerta estaba todo empañado. 
Abrí y jadeos, suspiros, ruido de copas y vapor en el aire; un tumulto de 
cuerpos desnudos me impide el paso. Piernas, pechos, espaldas... y 
caderas y labios y manos y todo mezclado se me hacía casi imposible 
avanzar pero... de a poco, me fui metiendo de costado en aquel 
entrevero de cuerpos sudados, con sus manos que sostenían copas de 
vino tinto, olvidadas ya por esas bocas que estaban en otra cosa 
mientras yo, seguía tratando de pasar y ya casi, ya casi llego al otro 
lado cuando alguien, con su mano cálida me toma por el tobillo; sacudí 
mi pierna y seguí. Abrí la puerta, Tracatrác - Tracatrác - Tracatrác, y 
respiré pasándome la mano por la frente; al abrir los ojos de nuevo, 
observé que no había próximo vagón, pues estaba ya la locomotora 
adelante de mí, y me pareció además, que el tren, iba perdiendo 





velocidad poco a poco y, cada vez más lento, se fue deteniendo, hasta, 
quedar inmóvil; por completo. -¡Destino...! -Gritó el maquinista de 
capucha. 


Heme aquí violada 


Heme aquí, atacada por dos borrachos pestilentes que me arrastraron 
desde mi auto hacia unos arbustos; las ropas rasgadas, algunos 
piñazos en el rostro, con la cara lamiendo el suelo y lo más 
sorprendente: con toda esta desgracia que atropella mi vida. Me refugio 
en estos desgarrantes momentos, sacando la camiseta de mi amado 
para olería, recordándolo a él, al Yorugua; ni mi coñito rasgado me 
importa. 

Yo estaba casada con un holandés, a quién había apartado de los 
puteros de Ámsterdam. Ya me tenía cansada, pero era el único hombre 



que me podía seguir a cualquier parte del mundo donde una española 
como yo, y, con sangre gitana, gustaba de recorrer el mundo como 
secretaria de un cónsul. El Yorugua jugaba fútbol en el mismo equipo 
que Johann, mi esposo. Pero a diferencia del apático holandés errante, 
el Yorugua era todo ocurrencias, diversión, pasión y entrega. Hacía una 
fiesta y se le ocurrían cosas nuevas, como aquella de los cócteles en 
donde combinó nuestras bebidas nacionales con diferentes licores y nos 
regaló exquisitos tragos. Fue muy divertido. La noche que lo invité a mi 
despedida por que partía hacia la India, el Yorugua alzó la copa y 
brindó no por un adiós, sino por un próximo encuentro en Nueva Delhi. 
Públicamente, Johann y yo le ofrecimos nuestra casa, a sabiendas de 
que nunca iría; ¡que poco conocía la osadía de este uruguayo! Hice mis 
maletas y partí dejando a Johann para que vendiera la casa, yo iría a 
instalarme en la capital hindú. Pasaron 6 meses y llegó el más caluroso 
de los veranos que he vivido, 50 grados en la sombra y las lluvias 
torrenciales del monzón. De no creerse. Johann no podía vender la casa 
y esto ya llevaba mucho tiempo. Por ahí me enteré que Holanda estaba 
clasificada a los cuartos de final del mundial de Japón y que Uruguay, 
había perdido contra Argentina. Pobre Yorugua, pensé, no se merecía 
esto. Ese mismo día recibí una sorpresiva llamada: 


—¿Sabes qué? el mundial para mí ya terminó y estar en Korea o 
Japón es un verdadero martirio —me dijo el Yorugua. 



—Pues... ¡vente a la India! —Le dije emocionada. 


Y me arreglé y arreglé toda la casa y me fui directo al aeropuerto a 
recogerlo. Cuando bajó del avión le di dos besos, uno en cada mejilla, y 
nuestro abrazo duró más de lo que los amigos suelen darse. Esa noche 
lo acomodé en el cuarto de invitados. Cenamos y reímos como nunca. El 
Yorugua sabía hacerme sentir cómoda, me envolvía en sus relatos, en 
sus aventuras. Cuando hablaba en italiano hablaba como un romano 
vulgar, en alemán parecía un tartamudo prusiano, su inglés era broken, 
su francés era muy sentimental, elegimos el español para decirnos 
tantas cosas que ni Cervantes se hubiera imaginado. 


Al otro día, los sirvientes trajeron el desayuno y ya el Yorugua, se había 
leído los 6 periódicos que circulan en inglés en este país, me tenía un 
resumen de lo que había pasado en el mundo. ¡Increíble! Al llegar a la 
oficina, el embajador se quedó sorprendido de que yo estuviera más 
enterada que su agregado de prensa, y me felicitó. Ese Yorugua estaba 
cambiando mi vida. 


Cuando regresé del trabajo, encontré al Yorugua escuchando ópera, ¡mi 
colección de ópera! Le pregunté por su favorita: "La Boheme", la misma 
que a mí me gusta, juntos la escuchamos y lloramos en la escena donde 
mueren los enamorados de dolor y enfermedad. Tomé un trago de vino y 



por primera vez, en mis ojos surgió algo; pero el Yorugua era un 
caballero. 


Veo entre lágrimas parar al patrullero, intentan recogerme pero yo sigo 
aferrada a su ropa, a su olor, a su alegría y los dos borrachos ya se 
habían ido hace rato, cuando me meten al coche con mi coñito rasgado, 
la sirena sonando y yo aferrada, sigo recordando... 


Aquella segunda noche, el calor era insoportable, me acosté desnuda y 
dejé la puerta entreabierta por si el Yorugua quería agua o cualquier 
otra cosa. Sonó el teléfono, era la sirvienta dominicana que me avisaba 
que se iba de la casa pues mi marido había metido una mujer a vivir 
con él. No podía creerlo, inmediatamente llamé a la vecina y ella me 
confirmó todo, Johann había metido otra mujer a la casa desde hace 
tres meses. ¡Maldito! Entonces le hablé a Johan y le grité en sus oídos 
la traición, nos hablábamos en alemán, y cuando alguien se enoja en 
ese idioma parece como que ladra. Entonces rompí en llanto y, poco a 
poco, los sollozos se fueron apagando en un mar de impotencia. 


—Estás bien? —Oí una voz y me asusté! Ah...! era el Yorugua, me 
había olvidado de él. Pasá, le dije y no me acordé que estaba 
desnuda por el calor. El Yorugua titubeo, pero a sabiendas que mi 
pena era mayor que mi vergüenza, pasó y un abrazo unísono se 



produjo. Caray, justo lo que necesitaba, sentí su olor fresco, su 
fuerza, su cariño extremo, su preocupación por mí y entonces 
obligué a sus labios a morder los míos, obligué a sus besos a 
apoderarse de mi sexo y a que se adentrara con su deseo en mi 
hasta hacerme pensar en lo bueno que era estar con él, y en 
verdad lo era. El Yorugua supo cómo aliviar mi pesar, cómo 
hacerme sentir deseada, amada, sintetizada en mil caricias de 
ensueño, cierren los ojos y tendrán a mi yorugua entre sus 
brazos, ese era mi Yorugua. 


Los siguientes días fueron de película, lo paseé por los mejores lugares 
y sin darme cuenta me enamoré perdidamente de él. Una noche sin 
luna lo llevé al parque de las fosforescencias, y en medio de la noche 
iluminada me pidió que fuera su prometida y me entregó un anillo de 
oro que decía "sin luna" en alemán. Yo acepté envolviéndolo con un 
collar de azahares. La tradición hindú dice que quien se ata con ellos es 
para siempre. Lo envolví y respiramos el embrujo del azahar. 


—Hueles a sirvienta —me dijo y casi me desmayo de la emoción 
porque nunca supe si eso era bueno o malo, pero se me quedo la 
frase como lo que jamás nadie me había dicho nunca y yo sentí 



que atraía hacia mí a la luna y las estrellas de por sí ausentes esa 
noche. 


Cómo deseamos con vehemencia que no terminara, con qué fuerza nos 
amamos hasta la madrugada, todo lo que era mi pasado desaparecía de 
mi mente, en tres noches y sus días el Yorugua me había transformado. 
Cuando partió dormí sobre su ropa sin lavar por varias noches, las traía 
hasta en mi bolso pues su penetrante olor me extasiaba. Por eso, más 
que calmar el dolor en esta enfermería donde me están atendiendo 
luego de que me sometieran por la fuerza, es el magnífico aliento que se 
desprende de la ropa del Yorugua lo que me mantiene con vida, vivir 
para él, porque si yo olía a sirvienta o a mujer violada, ¡qué importaba!, 
él igual me amaba. 


El principio... y el fin 

(No apto para menores) 


Ella se quita rápido la ropa, está apurada por terminar. Él, está 
preocupado; no sabe si va a poder. Mientras que a su alrededor un 
hombre con una camiseta de fútbol puesta corre furioso botella de 




vidrio en mano detrás de un pobre infeliz que intenta escapar como 
puede y a su derecha, una patota tiene rodeado a otro y comenzaron a 
patearlo en el suelo al tiempo en que él, termina de quitarse el 
pantalón. Ella se le acerca, ya desnuda al completo comienza con su 
mano a mas turbarlo; cuando dos policías montados pasaron a todo 
galope muy cerca de ellos y blandiendo sus sables de un lado al otro del 
caballo intentan disipar inútilmente a la muchedumbre hasta que uno 
de ellos, cae al suelo fruto de una pedrada en el casco y a él, no se le 
para. Ambos aún de pie, ella deja de usar sus manos para agacharse y 
comenzar a usar su boca: la chupa, carnosa y blanda como está la 
introduce toda en la boca, cuando alguien pasa corriendo a su lado con 
una bandera del equipo contrario flameando en su puño derecho cual 
trofeo y mientras corre y los rebasa, la ondeante bandera les roza cara y 
miembro saliendo de su boca mojada y la introduce de nuevo; gustosa 
ella de sentirla como se va poniendo dura, bien dura en su boca cuando 
se escucha un disparo. La aprieta entonces entre sus labios cálidos y 
con su lengua, mientras le salpica en la cara la sangre del muchacho de 
la bandera que cae, lame pija y sangre con gusto y a él, por fin se le 
termina de parar. Bien dura la tenía ahora y les había costado mucho a 
ambos así que se apuraron. Ella se pone en cuatro patas mientras él la 
toma por detrás y se acomoda, como lo hacían los granaderos que 
formaban fila también a sus espaldas, con sus escudos transparentes, 
eran una muralla que a golpes avanza, firme, abre y se introduce en la 
carne de esa pobre gente que sentía el rigor del palo duro, como ella, 



que gime y grita y goza el granadero cuando golpea, y también él goza, 
viéndola gozar a ella que se estremece cuando el ruido de una botellazo 
estalla a su lado anunciando que todo está por terminar. Entonces se la 
saca del culo para metérsela en la boca de nuevo y se acaba, se acaba 
todo bien adentro. .. 


—¡Corten... corten...!, afuera pelotudo, le tenes que acabar 
afuera: ¡que se vea... que se vea! 


Quedaron todos paralizados, eran unos treinta en total y todos lo 
miraban a él. El pobre viejo quedó mudo y estaba agitado, muy agitado. 
La adolescente comenzó a vestirse. 


(Ya es de día, llevamos mucho tiempo filmando y además, si este viejo 
se toma otro viagra igual se muere, mejor seguimos mañana): -Atención 
todos... ya está bien, quedará así, váyanse a casa; vos Andrea estuviste 
muy bien... volvé mañana; pero vos Carlos, con 73 años... te vas a 
morir a delante de la cámara carajo; para mañana traeremos algún otro 
viejo, vos hacete un favor y no vuelvas más 


Carlos se alejó de allí caminando, la calidez de un sol de invierno 
abrigaba su perfil; cuando bajó esas escaleras sintiéndose triunfante. 
Había hecho todo lo que tenía que hacer allí atrás, y lo había hecho 




bien. Recuerda todas las horas dadas, días y meses, años entregados a 
este servicio y rebosante de alegría: (ya no tendré que volver) pensaba, 
cuando terminaba de bajar esas escaleras y giró a su derecha, puso 
rumbo al sol con su mano en el bolsillo y todo su júbilo, se transformó 
en una carga, ahora es jubilación; y por eso decidió no sacar la mano 
del bolsillo; no sea cosa que lo roben todavía . Andrea le hizo señas al 
primer taxi que pasó por la avenida, salió corriendo y suenan sus 
tacones yendo tras el, porqué le frenó más adelante. Abrió la puerta 
trasera, se acomodó con su carterita en la falda y la cerró de un 
portazo. 


—A casa... rápido 


—La dirección... Señorita 


—Calle siempre viva, 2121 


Al llegar, abrió la puerta de calle que da al salón de su casa donde se 
encuentra también la cama, la cocina, y menos el baño la casa entera 
en esa única habitación: para ver a Juan y a su pequeño hijo, 
durmiendo abrazados; ella corrió al baño a ducharse. Luego se acostó 
con ellos y Juan se despertó al sentir su presencia. 




Vamos al baño -le dijo con ojos cómplices 


-Estoy muy cansada 


—Lo sé, pero yo soy tu compañero... y te necesito 


Ambos se encerraron en el baño, pequeño, mientras el niño dormía y 
aunque todas las prendas estaban limpias pusieron a funcionar el 
lavarropas. Juan comienza a desvestirla y por cada prenda que le quita, 
recorre esa parte de su cuerpo primero con sus manos grandes y 
ásperas, luego con su boca suave y cálida y por vez primera, ella 
comienza a sentir algo de cariño y se deja llevar; ya no está apurada. 
Cuando ambos estuvieron completamente desnudos, el lavarropas 
comenzó a centrifugar y Juan, tomándola por la cintura la sienta sobre 
el aparato. Lento al principio, penetra con su miembro en ella al tiempo 
que la máquina vibra, se sacude, y ella se reclina hacía atrás apoyando 
sus manos donde termina el lavarropas mientras que él, ahora con 
movimientos más rápidos y enérgicos entra y sale de su cuerpo al 
tiempo que besa apasionado esos pechos de pezones duros y ambos, se 
acabaron juntos al preciso momento en que el lavarropas dejó de vibrar. 


Al viejo Carlos, todavía le quedaba un largo trecho para llegar a su casa 
en el asentamiento, donde vivía con su hijo, su nuera, y sus tres nietos: 




doce, catorce y dieciséis años respectivamente. De a poco se fue 
terminando el pavimento y comenzó el barro, supo entonces que estaba 
cerca de llegar y se sentó para quitarse los zapatos, las medias, y 
remangarse el pantalón. Un carro a caballo repleto de basura conducido 
por un niño pasó junto a él. Comienza el rancherío y Carlos dobló a su 
izquierda metiéndose entre los pasajes tan estrechos, que ningún auto 
podría entrar. Al llegar a casa se encontró con su nuera llorando y los 
tres niños que la abrazaban: les habían robado lo poco que tenían y 
según esta le dijo, fue un muchacho del barrio. Su único hijo, Esteban - 
que trabaja de policía- salió hace un rato con su revólver a buscarlo. 


Al salir del baño, y tras comprobar que el niño aun dormía, Juan, se 
despidió de Andrea: 


—Bueno nena... voy a ver si traigo algo de dinero 


—Cuídate, y llevá el casco —le dijo mientras Juan cerraba ya la 
puerta de calle y Andrea comprobó, que el casco, se había 
quedado en el armario. 


Juan encendió su moto especialmente preparada para correr y con sus 
pelos largos al viento, condujo hasta una ruta en las afueras de la 
ciudad. Al llegar notó que había más gente de lo habitual. Dejó su moto 



a un costado de la carretera y encaminó sus pasos hasta llegar donde el 
tuerto Esteban; el organizador de las carreras clandestinas: 


—Che Esteban, ¿qué hay para hoy? 


—Hola Juan, hoy tenemos tres carreras, tu cilindrada va en la 
segunda; la inscripción son mil quinientos y como siempre, el 
ganador se lo lleva todo 


—Muy bien, aquí los tienes —y le puso los billetes en la mano. 


Esteban los junto adosándolos al grueso mazo que ya tenía en la mano 
izquierda y guardo todo en su bolsillo. La primera carrera fue de una 
cilindrada menor, y al terminar, Esteban pagó todo el pozo al ganador; 
menos por supuesto el diez por ciento que le corresponde a él por la 
organización, claro está. Poco después se acomodaron las motos de 
cilindrada media —como la de Juan— en la salida y ante un gran marco 
de público a ambos lados de la ruta, todos encendieron sus motos 
creando un gran estruendo con sus máquinas de altas revoluciones y 
los escapes libres. Delante de la línea de motos, una joven de minifalda 
tableada y amplio escote, sostenía con su mano derecha una prenda 
roja en lo alto... hasta que la dejó caer; en ese instante: la moto negra 
arranca primero seguida de cerca por la moto azul y Juan en el tercer 



lugar se agazapa inclinando su cuerpo sobre el manubrio en un intento 
por obtener la menor resistencia al viento que le sea posible mientras la 
gente a ambos lados aplaude, grita y vitorea pero nada oye Juan 
excepto el sonido de su propio motor y su vista fija en la moto negra que 
va primero cuando se aproximan a una curva cerrada, muy cerrada y 
Juan se abre para presionar el botón que tiene junto al acelerador —lo 
que envía oxígeno al motor dándole un empuje extra momentáneo— y 
así acelera aún más en plena curva y rebasa por fuera a la moto azul 
colocándose en el segundo lugar a pocos metros de la negra cuando 
entran en la recta final y el puntero, que también tiene sus truquitos, 
presiona su propio botón y se despega de Juan que al darse cuenta, 
presiona él también quemando la última carga de oxígeno que le queda 
y nota que esto no es suficiente para darle alcance y ya se ve la línea de 
llegada con una muchedumbre aglomerada en el lugar cuando Juan, se 
acuesta sobre su moto quedando totalmente horizontal logrando así 
acortar la distancia y ya tiene su rueda delantera junto a la trasera de 
la moto negra y estando acostado, ni siquiera levanta la vista y sigue 
mirando al suelo mientras piensa en cuanto necesitan él, su mujer y su 
hijo ese dinero y en el desastre que sería perderlo todo cuando se pone 
cabeza a cabeza con el puntero y la muchedumbre grita, aplaude 
ovaciona y enloquece con el final reñido cuando se escucha claramente 
una sirena; todos comienzan a huir y Juan cruza primero la meta. Allí 
fue cuando se incorporó sentándose en la moto y vio dos patrulleros 
cerrándole el paso al frente, apoyando su pie derecho en el suelo giro 



ciento ochenta grados y volvió a acelerar en medio de un caos en el que 
todo el mundo corría para todos lados mientras que él, buscaba con la 
vista al tuerto Esteban hasta que lo encuentra y le exige el dinero. Ya 
con los billetes en el bolsillo se dispuso a huir y por fortuna, la policía 
se vio superada por el gentío que corría atropellando como estampida de 
ganado mientras que Juan, se salió de la ruta y cruzó a campo traviesa 
la barricada logrando así zafar del encierro. Puso rumbo a casa. Feliz, y 
aún con toda la adrenalina corriendo por sus venas, entró Juan en la 
ciudad y al cruzar una callecita de barrio, poco iluminada, fue que 
ocurrió lo inesperado: un coche salido de la nada lo embiste, o mejor 
dicho, él le pega en la parte delantera a la altura de la rueda y vuela por 
encima del capó al mejor estilo súperman viendo pasar el suelo debajo 
suyo y sólo atina a pensar (tengo que caer rodando, tengo que caer 
rodando) y al ver que perdía altitud, comenzó a acomodar el cuerpo 
para la caída. Rodó sobre sus codos y rodillas pero quiso el destino, que 
su cabeza diera en esas vueltas contra el cordón; quedo muerto en el 
lugar. 


García, —el hijo del Viejo— sabía dónde encontrar al ladrón, así que no 
le fue difícil dirigir sus pasos hasta la casa abandonada donde los 
adictos se esconden a fumar. Ya desde la esquina se podía ver el 
movimiento: entran y salen, flacos, pálidos, cuerpos famélicos con ropa 
sucia y ajada, más se asemejan a un cadáver que a una persona. García 
se mandó para adentro por el boquete abierto en la puerta tapiada, hay 



que agacharse y pasar en cuatro patas. Una vez dentro, la tenue luz le 
dificulta ubicar de entre todos los rostros, a ese que él está buscando. 
García vestía de particular, pero todos allí lo conocen, todos saben que 
es policía y uno de ellos se levantó y echó a correr en dirección del 
boquete de salida; era él. García le dio la voz de alto pero nada, el 
cadáver ambulante se agacho para pasar por el hueco; sabía lo que 
había hecho y sabía también lo que le esperaba, pero no estaba 
dispuesto a pagar por sus actos, cuando sonó un estallido, 
inconfundible, fue el disparo de un revolver treinta y ocho, el arma de 
reglamento que García siempre lleva encima. El ladrón cayó 
desplomado quedando con la mitad del cuerpo adentro y la otra mitad 
afuera. García lo tomó de los tobillos y lo entró a la casona para poder 
salir. Salió a la calle y fue directo a la comisaría del barrio. Sabía lo que 
había hecho y también sabía lo que le esperaba, pero él sí estaba 
dispuesto a responsabilizarse por sus actos. El ladrón no estaba 
armado y además, le había tirado por la espalda. Sus compañeros lo 
condujeron al calabozo. Luego, fueron por el cuerpo. García ya 
encerrado pensaba en su mujer: (¿Qué será de Elena y cómo cuidará 
ahora de nuestros hijos, sobre todo de Leonardo, el adolescente que ya 
no le caben las mentiras, qué pensará de su padre?). El juez lo condenó 
a diez años por homicidio premeditado. 


Andrea, fue ese día al cementerio luego del poco concurrido velorio y la 
verdad, es que ella misma, nunca antes había ido a un cementerio. 



Lejos de ser un lugar lúgubre, es un espacio lleno de vida y colmado de 
expresiones de cariño: plantas, árboles, flores silvestres, pájaros y hasta 
un par de mariposas revoloteaban por un lugar... repleto de adornos, 
estatuas y esculturas hermosas como jamás vio. Velas, flores, dibujos y 
cartas en aquel día soleado, el primer día de primavera cuando despidió 
allí a su amor. Cargó con el ataúd de madera tomándolo por una de las 
agarraderas de metal, junto al padre, y sus tíos, mientras que el resto 
observaba en silencio la procesión hasta su panteón... que no era el 
más vistoso de todos, pero tenía su estatua: una niña pequeña 
ofreciendo la flor que entregaría en mano, a un hombre que se agacha 
para tomarla. Allí su hijo pequeño echó a florar, un poco por su padre, 
un poco por su abuela, que falleció cuando él era un bebe y nunca llegó 
a conocer. Si ver florar a una mujer y a un niño da pena, ver florar a un 
hombre es aún peor. Cambiaron sus flores, pusieron otras para la 
abuela... y luego volvieron a casa, a enfrentar la tristeza de un cuarto 
vacío, ropa sin dueño, y una cama, que ya no se volverá a usar. Al 
tiempo que el viejo Carlos fue, ese mismo día, a visitar a su hijo en 
prisión. No le quiso contar sobre las penurias que él y su esposa Elena 
están pasando, y de cómo su hijo mayor: Leonardo, en plena 
adolescencia reaccionó a todo esto. Con el abuelo ya retirado del 
negocio de las películas porno y su padre en prisión, la familia se quedó 
sin ingresos. Al volver al rancho, Elena le comentó la decisión que había 


tomado: 



Hable con Esteban, el director de las películas; esta noche 


filmaré junto a una chica, una tal Andrea —el viejo bajó la vista y 
no pronunció palabra. 


Con la caída del sol, Elena y Andrea se encontraron en la casa de 
Esteban: 


—Ahora que se terminaron las carreras de motos... filmaremos 
más seguido, hay que producir —les decía el tuerto Esteban 
mientras ellas se quitaban la ropa. Elena, algo tímida, se quedó 
inmóvil; desnuda frente a la cámara mientras que Andrea, se le 
acerca y comenzó a acariciarla pasándole su mano derecha por el 
cuello, hombro, pecho... y la besa en los labios. 


—Eso es chicas... vamos... vamos 


Andrea iba descendiendo lentamente con su boca mientras que ya 
agachada, la aferraba fuertemente por las caderas y seguía bajando. 
Esteban las miraba con su ojo inmóvil; Andrea comenzó a besarla en su 
parte más íntima y buscaba el clítoris con su lengua, Elena gemía. 
Intentaba no hacerlo, intentaba no gozar pero gemía. Hoy, su hijo 
mayor, Leonardo; se encuentra con sus amigos en el video club. Luego 
de discutir un poco finalmente se ponen de acuerdo y van a casa de 
Leonardo; saben que estarán solos allí. Andrea jugaba con su clítoris 
apretándolo entre sus labios húmedos al tiempo en que masajeaba sus 



pechos y Elena, ya no se resistía, no podía, y abrió un poco los ojos 
para ver a Esteban mirándola fijo, con esa extraña asimetría en su 
rostro y ah ah ah... Andrea le lamía el clítoris mientras introducía ahora 
un dedo, dos dedos, tres dedos y se abre, se dilata y calienta. Mientras 
que en su casa, Leonardo y sus amigos echaron a andar la película 
prohibida. 


La adivina 

Aquel hombre, que venía caminando junto al cordón, pisando los 
adoquines de un barrio extraño, reconoció de inmediato aquella casona 
que se imponía en el medio de la cuadra y quedó petrificado 
observándola. Era la casa abandonada donde jugaba de niño, su viejo 
barrio; y ni siquiera se había dado cuenta. Parado allí, giró trescientos 


sesenta grados mirando: el progreso había tomado cuenta del lugar. De 



su infancia ya sólo quedaba allí esa casona, con su muro de dos metros 
y medio de alto, el portón de doble hoja oxidado y entre abierto; daba 
paso a un jardín enmarañado y selvático. Más atrás, profundo en el 
terreno se levantaba la construcción, enorme y gris. Tras sus ventanas 
esmeriladas le sorprendió ver una silueta, una silueta encorvada, una 
silueta que lo espía, una silueta... y chirria la reja por un gato que pasa 
corriendo y mueve el portón, salta trepa y queda parado, lamiendo su 
pata sobre un cartel de madera escrito a mano: 


Se adivina la suerte 


Sintió el frío del hierro cuando empujó el portón... que abrió fácilmente, 
el gato lo acompañó por el sendero hasta la casa; peldaños, polvo y 
telarañas en el cancel, la puerta ya estaba abierta; aplaudió: 


—Buenas... 

El gato entró corriendo y atravesando el gran salón subió unas 
escaleras de madera apolillada pero en el descanso, se quedó parado, 
mirándole a los ojos. 

—Sube... —le dijo una voz firme— te estaba esperando —y no 
parecía de anciana. 


Su nariz le advirtió de un aire húmedo, viejo y encerrado; pero la 



penumbra se aclaraba mientras subía por las escaleras. El segundo 
piso era bien distinto, olía a fragancia fresca; la brisa cálida entraba por 
un ventanal abierto al completo haciendo flotar las cortinas blancas, 


ligeras, casi tocando las espaldas de la joven que destacaba sentada, 
tras una mesa caoba toda labrada y con extraña forma de luna en 
creciente. En su mano izquierda, un mazo de cartas de gran tamaño y 
con su derecha, una a una las colocaba en procesión sobre la mesa, 
como si el hombre no estuviera frente a ella. El felino ágil, trepó a la 
media luna sobre una de sus puntas y esto quebró su trance: 

—Tome asiento —le dijo señalando con su mano al frente de la 
mesa... y no había silla. 

El hombre avanzó y quedó parado: 

—Estos naipes me han hablado de usted, me han dicho que hoy 
vendría 

—Ah sí... qué curioso, ¿y qué más te dijeron? 

La sibila, dio vuelta seis cartas acomodándolas sobre la mesa para 
formar con ellas, dos triángulos: 

—Has tenido una buena infancia; puedo ver aquí la casa donde 
vivías junto a tus padres, y a tu abuelo. Y te veo a ti, jugando en 



el jardín a la pelota con el anciano; fue él quien te enseño el 
juego. Tu padre trabajaba el día entero aunque siempre a su 
regreso te traía un obsequio: un chocolate, una golosina, hasta 
que un día trajo consigo la camiseta de tu equipo favorito: 
¿recuerdas ese día, recuerdas la camiseta autografiada? 

El hombre, algo aturdido por la exactitud de los detalles intentó 
responder con normalidad: 

—Claro que me acuerdo, si todavía la tengo guardada en algún 
cajón... —Mintió. 

—Sí... tú has tenido una buena infancia, hasta el final de tu 
adolescencia cuando tu madre falleció. Los siguientes años fueron 
oscuros, la depresión tomó cuenta de ti haciéndote caer en un 
espiral descendente... hasta que conoces a Estela, ella te sacó de 
allí: poco después la desposas y así nació tu primer hijo: una 
niña. Le habéis puesto Adela según la gracia de tu madre. Tiempo 
después compraron un perro para completar la familia. 

El hombre aún de pie, observó con ternura al gato mientras recordaba 
su vida pasada y trayendo imágenes que él creía olvidadas, lo acarició 
de la cabeza a la cola, varias veces. El felino comenzó a ronronear y la 
cartomántica, dio vuelta una séptima carta, colocándola en medio de los 


dos triángulos. 



—Este naipe, no ha de contarnos tu pasado, nos ha de contar tu 
presente 

—Leelo no más... que esto ya me está gustando 

—Primero tome asiento, ya se lo he pedido antes -Y con su mano 
extendida señaló nuevamente. El hombre se dio vuelta para mirar 
y casi se cae, tropezando con una silla que tenía a sus espaldas, 
pegada a la pantorrilla. Luego de tomar asiento la adivina 
continuó: 

—Tu hija y tu perro han crecido, tu relación con ellos ha 
cambiado y ya no los tratas igual, tampoco a tu mujer 

—Que interesante che, ¿y podes contarme el futuro? 

—El futuro no es de gracia, has de pagar por el 

—Tomá doscientos pesos —y los dejó sobre la mesa junto al gato 
— pero contame algo bueno eh... 

—Siete naipes para el pasado, siete naipes para el futuro; es todo 
lo que puedo hacer por ti 

La sibila recogió las cartas de la mesa, barajó, y dispuso nuevamente 
seis de ellas pero esta vez, cerrando un círculo preciso. 

—Veo disputas, discusión y malos tratos. Tu mujer se apartará de 
ti y se habrá de llevar a la niña consigo, pero no al perro. 



Desahuciado y enfurecido te desquitarás con el animal y 
finalmente, lo dejarás abandonado a su suerte; habrás de caer así 
en una depresión similar a la de tu adolescencia, pero esta vez: 
habrás de enfermar gravemente y morirás 

—¿Cómo que me voy a morir, y cuando será eso? 

—Pronto... muy pronto 

—Me estas mintiendo, eso no puede ser verdad 

—Calma, no corráis prisa, aún queda la séptima y última carta 
por tirar 

Así la joven dio vuelta la séptima carta colocándola en el centro del 
círculo y aclaró: 

—Este es el naipe de los cambios espirituales, las grandes 
transformaciones 

—Entonces... no me voy morir 

—Sí, sí morirás, las cartas no se equivocan y tu muerte, ya ha 
sido echada: pero luego todo cambiará para ti 

—Me iré al cielo... seguro 


No, eso no sería un cambio, sería el camino habitual: tú 



sufrirás una gran transformación 


—¿Transformación... cuál transformación? 

—No quedan ya más naipes por tirar, pero tengo algo aquí, en 
este cajón, que nos lo puede decir. Pero claro, todo tiene su precio 
—dijo la brujita mostrándole la palma de su mano extendida. 

El hombre rascó sus bolsillos y le dio todo lo que tenía, hasta el reloj. 

En la mesa de luna, chirrió el cajón al ser abierto y sacó de allí, una 
serie de telas o más bien, retazos de telas con sus bordes desparejos, 
algo deshilachados y llenos de jeroglíficos incomprensibles. La pitonisa 
los colocó uno a uno en forma de abanico abierto sobre la mesa, y 
explicó: 


—Estos papiros, fueron hallados junto al Libro de los Muertos; tú 
escoge uno y sólo uno, pero escoge bien, porque las posibilidades 
son muchas pero la transformación: es una sola 

El hombre dudó pasando su mano sobre los retazos, para él todos 
iguales, y finalmente escogió. Lo tocó con su dedo índice primero y esto 
hizo erizar al gato que encorvó su lomo mostrando los dientes y 
lanzando zarpazos al aire... saltó de la mesa y huyó; el hombre 
lentamente dio vuelta el trozo de tela y... surgió la figura inconfundible, 



de un hombre con cabeza de perro. 


Cara o cruz 



Lanzo una moneda al aire... y sale cara: 


-¡Maldición... son más poderosos que nosotros, no podemos 
enfrentarlos directamente... nos aplastarían! 


-¿Y qué piensas hacer... ¿nada?, y dejarlos que se salgan con la 
suya; si no los detenemos ahora continuaran, más y más, 
debemos hacer algo 


-Muchos morirán 


-Ya estamos muriendo 


Lanzo de nuevo la moneda al aire... y sale en cruz: 


-Esos desgraciados no pelean como soldados, golpean y luego se 
esconden tras los niños y las mujeres, las escuelas y los 
hospitales: pero esta vez... no se van a salvar 


-¿Qué tiene pensado hacer, arrasar con todo? 



-No, con todo no; sólo con los lugares donde sabemos se 
esconden 


-Muchos inocentes van a morir 


-Mejor sus inocentes que los nuestros 


Lanzo otra vez esa moneda al aire... y cae de canto; sigue parada. 


Sangre y palabra 


Ya tenemos una máquina del tiempo 



La que nos transporta al pasado se llama memoria 
Y la que nos lleva al futuro: imaginación. 

Ray Bradbury 

Andrea se la pasaba escribe que te escribe todo el tiempo por que 
soñaba que podía escribir cuando en realidad, escribía soñando. Pero 
ella nunca aflojaba en esto de perseguir su sueño, y más aún desde que 
se mudó a ese solitario edificio de mono-ambientes hasta que por fin, 
logró darle vida a uno de sus personajes: un guardia del palacio de 
Buckingham llamado John. 

Pero resultó que a este guardia, no le gustaba leer. Él odia los libros. 

A ella no le cayó en gracia esta característica de su personaje, pero 
compulsiva como siempre siguió meta escribe que te escribe haciendo 
que John, se levantase temprano y bien acicalado, vistiendo su 
pomposo uniforme de guardia oficial del palacio, se tomara un taxi para 
no llegar tarde al trabajo ya que su coche estaba averiado y ese día, la 
reina en persona pasaría por su puerta; él lo sabía. 

John llegó a tiempo y ni bien se apostó en la entrada, Andrea, dejó de 
escribir porque también ella tenía que ir a trabajar. John quedó 
entonces estático a la espera de... ¿la reina? Y así, quedando como una 
estatua, pasó las ocho horas en las que Andrea (inmigrante argentina), 
trabajó en su oficina del centro; ciudad de Londres. 



Ya de camino a casa, Andrea ve un grafiti en la pared que reza: 

Las Malvinas son argentinas 

Y abajo: 

Malvinas are from the people who lives 

there 

Tan enfrascada estaba Andrea con su primera novela que ni se indignó 
al leerlo con tal de llegar lo más rápido posible a su casa, aunque al 
recordar que no tenía nada de comer en la heladera, pasó primero por el 
supermercado a comprar fruta y verdura como le gustaba a ella. John 
por su parte, ya casi terminaba su horario y mientras tanto, parado 
como una estatua, logra ver a Andrea que sale del supermercado de 
enfrente al palacio y se sienta a escribir en unos papelitos sueltos 
mientras espera el transporte público para volver a casa, John, lleva en 
ese momento su mano a la frente, se le dilatan las pupilas, le galopa el 
corazón y hasta comienzan a temblarle las piernas. Andrea en un 
momento alzó la vista ya cansada de la hoja y pudo verlo: petrificado y 
hermoso, alto, fornido y con vestimenta extraña cuando el autobús se 
aproxima a la parada y Andrea, ni bien lo abordó, se puso a escribir 
nuevamente cuando el guardia, es relevado de su puesto y marcha a su 
apartamento con el recuerdo de la mujer más hermosa, que jamás haya 


visto en los últimos qué... ¿Quince o veinte años? 



Andrea, al llegar a casa siguió escribiendo, compulsiva como siempre 
dale escribe que te escribe mientras que John, sufre de una vida 
solitaria en su apartamento mono-ambiente, acompañado por su gato: 
“Félix, ven a comer Félix... Ven” por toda compañía al cual alimenta y 
cuida muy bien hasta que se mete en la cama y no puede dormir: no 
pega un ojo porque claro, en el piso de arriba estaba Andrea, meta 
escribe que te escribe hasta altas horas de la noche y John, John que 
ya no aguanta más esta locura de parálisis e insomnio que lo tiene a 
mal traer decide subir por las escaleras y hablar con ella que estaba 
meta escribe que te escribe y con ese maldito ruido del teclado ya no 
hay quien pueda dormir. Toc-toc, toc-toc-toc, toc-toc-toc-toc-toc Ya va... 
¡impertinente!, ¿quién es?; soy John, tu vecino de abajo; ¿y que querés 
a estas horas?; le dijo abriendo la puerta y lo vio, entonces ambos se 
reconocieron de inmediato, y de nuevo Andrea estuvo en sus pupilas y 
John en las suyas. Nada se dijeron por un minuto, querés pasar a 
tomar un mate... Perdón un té. John accedió y mientras ella lo 
preparaba, este encendió la radio. Militar como es no se le ocurrió nada 
mejor que poner un informativo: “De último momento, la presidenta 
argentina a iniciado trámites a nivel de las cortes internacionales en un 
intento por que fallen a su favor sobre el caso de las Malvinas. Nuestra 
reina por su parte, insiste en que es la población del lugar la que...” 
Sacá eso, le dijo ella como increpándolo pero al mismo tiempo, 
ofreciéndole el té; le acercó suavemente el pocilio con sus manos hasta 



tocar las suyas y este al recibirlo, pudo sentir el calor de las manos de 
Andrea... y le dio un beso fugaz; ella quedó sorprendida pero no le 
desagradó, diría que al contrario, y después... La pregunta fue 
inevitable: ¿Tú crees que al final las Malvinas serán nuestras?, no te 
preocupes por eso que al final, las Malvinas no serán suyas ni nuestras: 
serán de nuestros descendientes; ya lo verás. 


La velocidad de tu tiempo 


Y como Icaro... 

Ángela, venía con alas incluidas, por eso volaba siempre hacia el sol 
naciente; aquel que se ve por la mitad. Ella quería llegar, verlo al 



completo y viajaba tan rápido que el tiempo, no le podía alcanzar. Pero 
ella seguía avanzando, más y más, con fuerza batía sus alas viendo allá 
abajo pasar el mar. Pero el sol jamás despuntaba, no crecía, ¿curioso?, 
siempre está igual. 

Ángela comenzó a cansarse... y se quejó. Allí un diablillo le dijo al oído: 
“nunca vas a llegar”, entonces se quejó más; y para derrotar a esos 
demonios, ella, invocó a Satán. Este llegó ciego, y a cicatrices cerró su 
boca, ya no se puede quejar; a cambio: enlenteció sus alas. 

Ahora el sol trepa, el tiempo le pasa, y pronto, callada, morirá. 


De narradores, escritores y personajes 

Era temprano, y el sol todavía no se dejaba ver; pero bastó con su 
resplandor para darle en el ojo a Esteban, y despertarlo. (¿Por qué no 
escuché al gallo?) Pensó levantándose apurado y así, sin desayunar ni 
nada, descalzo pisando la helada fue donde el gallinero y lo vio —y de 
qué manera lo vio- trepado encima de la gallina. Ahí no más lo patea y 



saltan algunas plumas, el gallo rebota contra la malla cuadriculada y 
cae seco al piso. La gallina conmocionada lo mira perpleja, él, se acerca 
al gallo, lo toca con la punta del pie y nada, el gallo ni se mueve. Recién 
ahí se da cuenta, de que lo había matado: 


—¿Pero qué decí...? 


—¿Qué haces pelotudo? 


—Es que no fue así como pasó, lo estas contando mal 


—¡Acá el narrador soy yo y lo cuento como quiero! 


—Pero no me jodas a mí, hacelo bien 


—Así que el tipo tiene complejo de narrador: querés que me calle 
y lo contás vos ¡eh!, lo contás vos? 


Bueno... pero no te pongás así 



Entonces calíate y volvé a tu lugar —(Estos dos son unos 


principiantes). Juzgué. 


Al principio, quedó apenado por la muerte del gallo; miró a la gallina, la 
había dejado viuda; volvió la vista al gallo y... ¡Qué diablos!, al menos 
tengo la cena y mañana me compro un despertador. 


—¡Ah no! yo no soy así 


—¿Otra vez? 


—Si me estás dejando como el culo 


—Hay Dio... 


—Acá Dios sos vos, que haces lo que querés 


—Momentito, que yo también sigo las reglas y soy más profesional 


que vos 



Pero ¿qué vas a ser...? 


—¡Basta!, se callan los dos y me terminan el cuento, que para eso 
los creé. —Me impuse—. 


—Tá bien... tá bien, no te calentés —respondieron al unísono. 


La gallina cacareó como si viera el futuro que se le avecina; mientras 
que Esteban, volvía al rancho aferrando al desdichado por el cuello con 
su mano derecha. 


—¿Qué decís...? si yo soy zurdo 


—Pero si ese dato me lo dio el escritor 


—¡Se van los dos pa la papelera! —Sentencié—. 


—¡No...! 



—¡A la papelera! -Castigué-. (Nunca más vuelvo a escribir un 
cuento con estos dos insufribles). Pensé y me equivoqué.